Dolor

martes, 14 de diciembre de 2010

La piel de conejo era suave bajo sus manos: deslizar la piedra para limpiarla de restos y sangre era una labor que la relajaba, aunque sabía que el olor a entrañas que inundaba el pequeño taller excitaba a a la manada de una manera que ella solo podía empezar a intuir. Podía sentirlos como un eco en la parte trasera de la cabeza, casi en la nuca: podía sentir la humedad en sus pelajes, o la astilla clavada en una pata, las ganas de jugar, e incluso había llegado a despertarse sudorosa y enfebrecida porque Calia estaba en celo y el resto de machos podían olerla. Estaba aprendiendo a separarse de los lobos en su cabeza, a ser más humana que loba aunque los instintos de la manada eran como una llamada inevitable.

"Maña" lo había llamado su padre, la vieja Maña de la gente de las montañas. Una maldición que convertía al que la usara en menos que un hombre, más cercano a las bestias que a los humanos. Le había escupido y golpeado mientras lo decía, estuviera sobrio o no, le había dicho que aquello estaba mal, que no debía compartir su mente con los lobos, le había prevenido que algún día olvidaría quien era y se convertiría en una más de ellos. Ella no había podido explicarle, bajo la amenaza de más golpes, que ya había sido una más en la manada, que ya se había olvidado de que tenía dos manos y dos pies cuando se había ido de casa asustada por las palizas y se había perdido en los bosques. No podía explicarle que los recuerdos que tenía de entonces no eran suyos, sino de la camada que había nacido cuando ella se unió a la manada y que creció con ella.

Sí, se había llevado muchos golpes hasta que había aprendido a disimular, aunque a veces se había llevado un latigazo con el cinturón cuando estaba cepillando a los caballos porque la expresión de su rostro delataba donde estaba su mente en realidad aunque ella no fuera consciente. Pero desde aquel último encierro, había aprendido algunas cosas nuevas y ahora podía, como en aquel momento, concentrarse en sus tareas mientras sentía, en un segundo plano, la vida interna de la manada. Su padre, dormido y borracho, se revolvió en la cama pero no despertó. Cybil suspiró y se secó el sudor de la frente: no quería encontrárselo despierto bajo ningún concepto. Desde que la había encerrado en el dormitorio de la planta superior, había empezado a odiarlo con un sentimiento más animal que humano.

Sintió la conmoción de la manada de pronto con un estallido de dolor. Apretó los dientes para reprimir un grito y jadeó. De pronto en su mente solo había lugar para el dolor, la incomprensión y la rabia. Se puso en pie bruscamente, buscó con su mente algún atisbo de información. Lo que encontró le hizo flojear las rodillas: los lobos atacaban con rabia, se defendían de un agresor al que no podía distinguir. Podía percibir como el finísimo hilo que la conectaba con varios de ellos, con toda seguridad malheridos, se iba volviendo más y más frágil.

"¡NO!" les gritó en su mente "¡AGUANTAD!" pero los hilos estallaron uno a uno, como pequeñas burbujas y su presencia se esfumó.

Luego, tan rápido como había empezado, la amenaza desapareció y la siguió un silencio absoluto que la estremeció hasta lo más profundo.

"¿Calia?" llamó, temiendo lo peor.

No hubo respuesta y se tambaleó de puro terror. Era incapaz de imaginar la vida sin ella, habían estado juntas siempre y en su lazo se basaba la conexión de Cybil con los demás lobos: era a través de sus ojos y su mente como la muchacha formaba parte de la manada. Sin ella era ciega, sorda y muda. Calia era más que una amiga o una hermana, era parte de ella misma.

"¿Calia?"

La respuesta llegó lejana, teñida de dolor y de miedo.

"Gris ya no está" el alivio sobrevino a la muchacha al percibir la presencia de la loba en su mente, aunque la pena lo empañaba todo "Ragsa y Narya no están"

Cybil miró a su padre, borracho y dormido sobre el catre y tras coger la escopeta apoyada junto a la entrada, salió sigilosamente de la cabaña y corrió a unirse con la manada.

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