XLXIII

viernes, 17 de diciembre de 2010

Era ya entrada la noche cuando las tres mujeres se despidieron y se retiraron para dormir. Al día siguiente tendría lugar la búsqueda y todas debían descansar. Tras dejar atrás a Delaris y a Erida, Kluina´ai se encaminó a su tienda, reflexionando en los cambios que había sufrido Averil desde que llegaran al bosque.

El cambio de carácter de la joven humana había sido más que evidente a medida que se prolongaba su estancia en el bosque maldito de Frondavil. El pequeño ritual de Delaris parecía haber surtido algo de efecto aliviando la presión de la magia en su organismo y en su mente, pero Averil había seguido mostrándose arisca, intolerante e iracunda, cuando su carácter incluso a través de las penurias había sido franco, alegre e infinitamente curioso. Era evidente que había dos poderes invadiendo a la muchacha: por un lado el ritual de silencio al que la había sometido Manchado de Sangre y por otro, la inquietante presencia de los zarcillos. El bosque tenía un poderoso influjo en ella, no podía ser otra cosa. Aquella corrupción, tan similar a la que la muchacha había visto en sueños tenía un significado poderoso.

Llegó a la tienda y levantó la lona para entrar pero antes incluso de poner un pie en el interior supo que la encontraría vacía. Volvió al exterior y observó el suelo. Junto a las huellas de sus cascos podía ver las más pequeñas del pie de la muchacha, entrando en la tienda y saliendo hacia el bosque. Nada más: no había sido un secuestro, sencillamente se había marchado. No sabía cuanto hacía desde que abandonó el campamento, podía llevar horas en el bosque, sola.

Volvió sobre sus pasos y se acercó a la tienda de Eridan, en cuyo interior ardía el fuego alegremente.

- ¿Eridan?- inquirió con urgencia desde el exterior- Eridan, Averil se ha marchado, tenemos que encontrarla.

Del interior no llegó ninguna respuesta, pero sin embargo podía ver la silueta tumbada de Eridan en su camastro. Kluina´ai frunció el ceño y apartó la lona. El interior estaba ordenado y exiguamente decorado. Eridan descansaba sobre su camastro, bajo un completo atrapasueños hecho de corteza, cuerda y cuentas que centelleaban al resplandor de la hoguera. Se acercó a ella y depositó con cuidado su mano en el hombro de la durmiente.

- Eridan- llamó con voz queda- Eridan, despierta, Averil se ha marchado.

La respiración de la druidesa era pausada y su gesto apacible, pero no hizo amago de despertar.

- Eridan.- insistó Kluina´ai- Eridan, despierta.

La kaldorei se estremeció y en su rostro se dibujó un gesto de dolor. Kluina´ai la sacudió levemente y la llamó por su nombre, pero sin resultado. Bajo su mano, la druidesa se agitó y gimió algo en sueños sin despertar. Kluina´ai respiró hondo: si Eridan se había sumido en el Sueño Esmeralda, no sería capaz de traerla de vuelta, del mismo modo en que había tenido que aguardar impotente junto a Averil cuando era consumida por las pesadillas.

- ¡NO!-gritó Eridan desde el lecho, agitando ante ella las manos como si tratara de defenderse de algo- ¡Atrás! ¡Atrás!

En un último intento, Kluina´ai la aferró por los hombros y la sacudió con fuerza, pero a su tacto la druidesa se revolvió con violencia y trató de golpearla. La tauren murmuró las palabras del cántico que reservaba para calmar los sueños de Bellota, pero como tantas veces le había sucedido con la muchacha humana, no tuvo resultado alguno. Eridan continuó debatiéndose en el lecho, pataleando y lanzando zarpazos mientras un sonido a medio camino entre el gemido y el gruñido brotaba de su pecho. No podía hacer nada por ella.

- ¡Delaris!

Kluina´ai salió corriendo de la tienda hacia el pabellón de la quel´dorei gritando su nombre, sin embargo nadie salió. Temiendo lo peor, apartó la lona de la entrada y encontró a Delaris derrumbada boca abaho en el suelo, junto a la hoguera, inmóvil.

- Mu´sha la Blanca, protégenos...- murmuró la tauren arrodillándose junto a la taumaturga y agarrándola por el hombro para darle la vuelta.

Delaris llevaba el largo cabello blanco deshecho en desordenadas guedejas y apretaba con fuerza ojos, dientes y puños. Todo su cuerpo estaba en tensión, pero igual que Eridan, estaba profundamente sumida en su sueño. No, no en su sueño... Aquella tensión, aquel gesto de estoico sufrimiento, junto a los gritos de Eridan que llegaban allí desde su tienda, no eran los indicadores de un apacible sueño, ni siquiera del misterioso Sueño Esmeralda.

Las dos eran presas de la Pesadilla, se estaba acabando el tiempo.

- ¡YA VIENEN!- el grito agudo del exterior la sobresaltó y se puso en pie rápidamente.

- Diblis....- murmuró la tauren con desfallecimiento, y salió apresuradamente de la tienda.- ¿Qué...?

Las palabras murieron en sus labios y detuvieron su carrera. Ante ella se alzaba la imponente figura del druida kaldorei que había mirado con tanto odio a Averil a su llegada al Refugio Esmeralda. Tras él, decenas de otros druidas, tauren y kal´dorei, aguardaban en silencio, mirándola. No, no la miraban a ella. Conocía aquella vista fija pero vacía, la conocía bien... Estaban dormidos, todos dormidos.

- Por los dioses, Bellota - murmuró, lívida bajo su blanco pelaje- ¿Qué has hecho?

Los druidas cargaron.

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