XLXVIII

viernes, 17 de diciembre de 2010

El irbis saltó al exterior de la cueva rompiendo la densa cortina de lluvia que parecía cerrarla y de inmediato escuchó el llamamiento aterrado de un ave. El aguacero resbaló en el denso pelaje moteado pero pese a todo al instante estuvo completamente empapado. Emprendió la carrera entre los árboles en busca del origen del sonido pero el aguacero era tan intenso que la visión quedaba muy reducida. El frenético piar no venía de lejos pero debía estar arriba, entre las ramas, porque por más que husmeara el suelo empapado o buscara con la vista, era incapaz de encontrar al ave azul.

Hubiera querido tener voz para llamarla por su nombre, pero lo único que brotó de su garganta fue un rugido que restalló en el bosque. Corrió frenéticamente de un tronco a otro para ubicar el origen del llamamiento, arañó los troncos para erguirse, se valió de su olfato para encontrar el rastro, pero la lluvia se llevaba cualquier olor por intenso que fuese.

Alzó el morro y trató de atisbar algo entre las ramas, pero la lluvia se le metía con fuerza en los ojos y le obligaba a sacudir la testa, perdiendo cualquier punto de referencia que hubiera podido localizar. Sacudió la cabeza con fuerza para liberarse del agua que le empapaba y se concentró en los sonidos del bosque por debajo del rumor de la lluvia hasta que los chillidos del ave fueron claros y pudo ubicarlos con precisión. Se lanzó a la carrera, con las fuertes patas salpicando en la lluvia y hollando la tierra.

Llegó resollante frente a un grueso tronco de corteza parda y rugosa, y valiéndose de las poderosas garras delanteras se aupó para apoyarse y tratar de ver algo entre el denso follaje que lo coronaba. La cúpula verde era tan densa que apenas nada se distinguía, pero un breve destello azul cobalto entre las hojas atrajo poderosamente su atención y se impulsó con las patas traseras para encaramarse al tronco. Sus garras se clavaron fuertemente en la corteza, arrancándola en algunos tramos, y trepó con el vientre pegado al tronco husmeando, mientras ascendía, cualquier aroma que la lluvia le permitiera percibir.

El olor a tierra mojada lo llenaba todo e inundaba sus fosas nasales, pero ahora y cada vez más, se filtraba como filamentos el inconfundible olor del miedo. Alcanzó con las patas delanteras una rama más bien baja y se valió de ella para izar su peso un trecho más. Cuando las patas traseras alcanzaron la rama pudo detenerse, bien apoyada, para reponerse del esfuerzo y poder seguir. No tardó mucho y de nuevo se izó con la fuerza de sus patas contra el tronco y ascendió. Esta vez, ya en un punto más alto y de nuevo pegado el vientre a la corteza, sintió un estremecimiento proveniente de la madera, como palpitante. Resolló, inquieta. El olor del miedo era cada vez más claro y los chillidos del pájaro mucho más próximos y sus bigotes se agitaron con inquietud.

Por fin sus patas delanteras alcanzaron el nudo principal que coronaba el árbol y del que brotaban las poderosas ramas que se extendían metros y metros a su alrededor. Clavó las garras y con un gruñido izó el resto de su cuerpo, que se agazapó a continuación en posición de alerta. De pronto sintió algo deslizarse sobre su pata trasera izquierda y al mirar, vio como una extraña raíz, como un zarcillo oscuro, se extendía y deslizaba como una serpiente tratando de aprisionarla. Su chillido restalló en la tormenta, por encima de los chillidos del pájaro y de los truenos, y lo arrancó con la fuerza de sus colmillos. Como herido, el zarcillo rasgado retrocedió hasta perderse más allá del nudo de ramas.

El irbis sacudió la testa frenéticamente, buscando con la vista al pájaro azul que no dejaba de chillar. El sonido seguía proviniendo del mismo lugar, de modo que no había alzado el vuelo. No necesitó pensar demasiado: el zarcillo y los palpitantes estremecimientos del tronco tenían la clave. Un destello azul vibró ante sus ojos un poco más adelante y se abalanzó hacia allá con urgencia, en felino equilibrio sobre las ramas, con los blancos colmillos amenazantes y las garras listas para desgarrar con fiereza lo que fuera que estaba aprisionando al pájaro de sus sueños.

No hay comentarios: