La información que consiguieron extraer de Diblis resultó inquietante. Como había dicho, la llave estaba oculta en otro plano y como era evidente, ninguna de las mujeres tenía la capacidad de cambiar de fase ni se fiaba del diablillo para aquel cometido. Debían conseguir la llave para atravesar la barrera de los sátiros y obtener la Garra de Tycondrius, un arma de gran poder que les era necesaria para erradicar la corrupción del bosque.
Delaris envió a Eridan a recoger unas muestras de las babosas que habitaban en las cercanías para ver si, mezclándolas con un poco de sangre de Diblis conseguían algún tipo de ungüento que les permitiera fluctuar entre los planos. El diablillo chilló como un gato cuando le pincharon con el afiler para obtener la sangre, pero cuando por fín obtuvieron los materiales, la arcanista elaboró el ungüento con ayuda de algo de magia y se lo tendió a la resginada Eridan. Establecieron que al día siguiente, la druidesa se embadurnaría con el ungüento y partiría en busca de la llave. Averil se ofreció para acompañarla, pero esta vez la negativa vino de las tres mujeres mayores, que no cedieron.
Se retiró temprano a la tienda, resentida y de mal humor. Al principio le había parecido que realmente Delaris podía ayudarla, conociendo como conocía la corrupción de Frondavil, pero pese a todo la altonata parecía más interesada en conseguir aquella llave que en ayudarla a ella. ¿Es que no entendía que su vida corría peligro mientras aquellos zarcillos la tuvieran presa? ¿No veía que el bosque podía esperar? Y Kuina´ai, siempre encima, vigilándola como si fuera un bebé inútil, y Eridan negándose en rotundo a tocarla siquiera... No, ninguna de ellas lo entendía y ninguna de ellas podía ayudarla. ¡Ella tenía que ir a Claro de la Luna! ¡Encontrar al Guardián! ¡No podía perder más tiempo en aquel estúpido campamento de druidas!
¿Cuanto tiempo llevaban en camino? Kluina´ai había dicho que estaban en el mes de diciembre y era cierto que las temperaturas habían descendido, de modo que llevaban más de medio año recorriendo Azeroth con un único punto de destino, sí, pero como si el destino se divirtiera poniendo obstáculos en su camino... No, no medio año... ¿Cuanto hacía desde que despertó con la herida en el codo? ¿Cuanto desde que recibiera la bola de sombras que iba dirigida a Angeliss? Total, para que luego se fuera con otra... ¿Cuanto hacía desde que se había marchado con Razier a Rasganorte? ¿Cuanto desde que atravesara la estepa helada del Cementerio de Dragones con los pies descalzos, sumida en su sueño? ¿Cuanto desde que había dormido a los pies de Ysera en el Santuario Esmeralda y despertado con el rostro invadido?
Un año... Un año entero... Un año de su vida totalmente perdido, arrebatado por un don que se había transformado en una maldición, un don que ella no había pedido. Un don que no solo la había maldecido a ella, sino que se había cobrado con la vida de personas que se habían visto arrastradas por el malévolo magnetismo de su madre. Ya, madre... Una asesina, una espía traidora que había dado la espalda al mundo y se había dejado matar en Entrañas... Todos habían jugado con ella, todos le habían fallado: sus padres, el maestro Aiglos, el maestro Ithryon, Irinna y Klode, Razier, Pristinaluna, Angeliss, incluso Bálsamo Trisaga... Todos habían pasado por su vida para infundirle esperanza y crearle ilusiones y se habían desvanecido en el tiempo como si jamás hubieran existido... Y ahora, tan cerca del final, se demoraban en aquel estúpido campamento de druidas donde era evidente que no las querían. Todavía recordaba las miradas hostiles del Refugio Esmeralda, los murmullos a su paso, el desprecio en el sencillo gesto de darle la espalda...
- No los necesito...- arrojó una ramita a la hoguera que ardía en el interior de la tienda y contempló como se consumía en las llamas- No necesito a nadie.
Se puso en pie lentamente, sin apartar la vista de las llamas. Fuego, eso era lo único que aquel campamento le había ofrecido. Nada más, solo fuego. Podría prender fuego al campamento para devolverles el favor, pero aquello la delataría demasiado deprisa y de todos modos parecía una locura ¿En qué estaba pensando? Sacudió la cabeza para liberarse de la sensación de aturdimiento y cogió su petate, que descansaba contra la lona de la tienda. Se asomó al exterior para comprobar que no hubiera nadie que la viera. Podía ver el resplandor de la hoguera en el interior de la tienda de Delaris y las tres siluetas de las mujeres que seguían allí.
Ya había perdido suficiente tiempo, era hora de volver al camino. Se echó el petate al hombro y desapareció en la espesura.
Llevaba horas avanzando trabajosamente por la espesura. Se valía del cuchillo de Caramarcada para abrirse paso entre ramas, arbustos y espinas y se alejaba del campamento tan deprisa como podía, pero tropezaba a menudo y las ramas bajas le arañaban el rostro. No sabía a donde iba, pero si no se había equivocado se dirigía al norte, siempre al norte, hacia el paso de los Faucemadera para llegar a Claro de la Luna. Si hubiera avanzado por el camino hubiera ido más deprisa, pero era más probable que la encontraran si Kluina´ai, Delaris o Eridan reparaban en su ausencia. Podía escuchar los gruñidos a su alrededor, el aullido de los lobos, el borboteo de las babosas y sin embargo no sentía miedo. Tal vez ya no le quedara más miedo en su interior, tal vez ya lo hubiera agotado todo.
- Averil, detente.
Se volvió sobresaltada. La voz había sonado en algún punto a su derecha, pero no veía nada en la frondosa espesura. No había sido la voz grave y profunda de Kluina´ai, ni tampoco de las mujeres del campamento...
- No tengas miedo, no voy a hacerte daño.
La muchacha empuñó con fuerza la daga, mirando frenéticamente a su alrededor, con las rodillas flexionadas lista para lanzarse contra quien fuera necesario. No iban a detenerla tan cerca del final...
- ¿Quién eres?- siseó - Sal donde pueda verte...
Se encontraba en el límite de un pequeño claro en la espesura, tan diminuto que podía cruzarlo en dos zancadas, delimitado por las ramas retorcidas de unos árboles tan corruptos como su rostro. El resplandor de la luna se abría paso a duras penas entre las densas nubes que cubrían el cielo, pero aún así su fantasmagórico fulgor iluminaba exiguamente el lugar. Averil aguardó sin dejar de empuñar la daga, deslizando la vista sobre las siluetas retorcidas y oscuras de los árboles que circundaban el diminuto claro. De pronto, una silueta oscura pareció enderezarse y avanzó un paso dentro del claro para que la exigua luz de la luna revelara su auténtica forma.
- Tú...
La extraña mujer vestía la misma armadura de cuero oscuro que había llevado durante su primer encuentro en la cueva. La capucha seguía ocultando sus rasgos y el afilado cuchillo estaba enfundado en su cadera, aunque no dudaba que fuera capaz de desenvainarlo antes de que pudiera reaccionar siquiera. Como un macabro contrapeso al lado contrario, oscilaba lentamente un manojo de largas plumas sujetas por un cordel. La recién llegada alzó las manos enguantadas lentamente, mostrándose desarmada.
Averil la observó sin bajar el arma. Había algo felino en su forma de moverse, una seguridad y un aplomo que desentonaba con aquel bosque maldito pero que sin embargo no la asustaba. La mujer no hizo amago de acercarse y se limitó a mirarla, con las manos alzadas, desde el otro extremo del pequeño claro.
- ¿Por qué me sigues?- espetó, manteniendo el cuchillo enhiesto ante ella, lista para echar a correr al más mínimo signo de amenaza.
La mujer no respondió ni tampoco bajó las manos, como si tratara de apaciguar a una bestiezuela asustada. Solo permaneció allí, inmóvil. Averil se revolvió inquieta.
- ¡Responde!- amenazó con el cuchillo, temblorosa.
La recién llegada bajó los brazos y respiró hondo.
- No quiero hacerte daño.- dijo al fin, con aquella voz como gastada, infinitamente cansada- Vuelve sobre tus pasos, regresa a casa... Aléjate de los druidas...
Averil dejó escapar una carcajada que no tenía nada de alegre.
_ Los druidas, claro...-sacudió la cabeza- ¿Qué te importará a tí lo que yo haga? ¡Ni siquiera me conoces! ¡No sé quien eres ni quiero saberlo!
La mujer dio un paso hacia ella.
- ¡No te acerques a mí!- gritó la muchacha, agitando el cuchillo- ¿Qué vas a hacerme? ¿Vas a matarme como a todos esos druidas? ¡Pues yo no tengo ninguna pluma para tu estúpida colección, me oyes? Te mataré, te juro que te mataré como des un solo paso más...
De pronto la mujer ya no estaba allí. Averil giró sobre sí misma, sin bajar el cuchillo, buscando frenéticamente en los límites del claro.
- ¡Eso! ¡Escóndete!- bramó- ¡Corre a esconderte de los druidas! ¡Seguro que están encantados de escuchar por qué lo haces! ¡Por qué asesinas a sus hermanos!
Un susurro a su espalda le hizo comprender que había cometido un terrible error. Un brazo rápido como una serpiente golpeó su mano haciéndole soltar el cuchillo. Sintió un aliento pútrido junto a su oído.
- Por tí.
Sintió un dolor intenso en la nuca y luego todo se volvió negro.
Selena Astro
Hace 9 meses
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