XLXVII

viernes, 17 de diciembre de 2010

- ... y lo verás.

Kluina´ai hubiera querido encender una hoguera, pero temía que el resplandor de las llamas atrajera de algún modo a los durmientes. Tuvo que contentarse con el tenue resplandor de la luna que se filtraba por la amplia boca de la cueva. El hipogrifo estaba atado en el exterior, descansando tranquilamente mientras en el interior de la cueva la chamana tauren se inclinaba sobre la muchacha humana aún inconsciente tras varios infructuosos intentos de despertarla. La mujer, desarmada y ya sin la capucha, descansaba contra la pared de roca. La chamana no se había andado con chiquitas: sin flujo sanguíneo que interrumpir, había apretado tanto las cuerdas que había hundido la carne hasta el hueso.

La tauren se volvió para mirar a su imprevista prisionera y la observó en silencio. Aunque era evidente que se trataba de una no-muerta, el grado de descomposición no era tan acusado como había supuesto al percibir su olor a través del Espíritu del Lobo. De hecho, le recordaba a Margue: muerta, sí, pero no descompuesta, aunque Margue era mucho más cuidadosa con su higiene. Tenía ante sí a una mujer joven - o al menos, joven el día de su muerte- de gesto severo y rasgos afilados, con una exigua melena de cabello rubio y quebradizo. La piel tenía un tono amortajado y había empezado a hundirse pronunciadamente en las mejillas y bajo los ojos. No había sido atractiva de viva y tampoco lo era de muerta. Sus ojos, en lugar de resplandecer con aquel tenue fulgor dorado tan común a los renegados, resplandecían de un gris acerado que reflejaba la luz de la luna.

- ¿Sabe ella quien eres? - aventuró al fin Kluina´ai.

La mujer arqueó las cejas con una sonrisilla burlona.

- ¿Y quién soy?

La chamana estaba cansada de juegos, y le preocupaba demasiado la relación de Averil con los durmientes como para dejarse engatusar. Dio la espalda a la mujer y volvió a inclinarse sobre la muchacha, que se estremecía de frío bajo su capa.

- Despierta, Bellota- murmuró en su oído con suavidad- Vuelve conmigo. Despierta.

Tras ella, la mujer suspiró.

- El narcótico era débil, no tardará en despertar por su propia cuenta.

Kluina´ai levantó con cuidado el párpado sano de Averil. Como temía, la pupila estaba totalmente contraída. Rogaba a todos los ancestros que su inconsciencia se limitara al efecto del narcótico, pero llevaba demasiado tiempo con aquella muchacha como para permitirse conservar alguna esperanza de ese tipo.

Sintió un cosquilleo en la mano y al bajar la vista, se le heló el corazón.

Como si quisieran confirmar sus sospechas, bajo sus ojos y como dotados de vida propia, los zarcillos se retorcían.

Averil gritó.

- ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?- bramó la mujer luchando por ponerse en pie- ¡Maldita sea! ¡Desátame! ¿Qué está pasando?

Averil gritaba de dolor, retorciéndose en su inconsciencia, mientras Kluina´ai recurría a toda la sabiduría de su pueblo para tratar de despertarla, pero su corazón latía con tanta fuerza que apenas podía concentrarse. Tras ella, la prisionera maldecía tratando de ponerse en pie, pero las cuerdas no le permitían moverse.

- ¡Suéltame o te juro que te mataré!-gritó de nuevo la mujer, llena de rabia- ¿Qué le está pasando?

Una vez al descubierto, Kluina´ai pudo ver como los zarcillos se retorcían en todo el alcance de la infección. Su estremecimiento era lento, pero parecían hundirse más y más en la piel, aprisionándola.

- Es el bosque...- jadeó Kluina´ai- la Pesadilla es más profunda aquí...

Abrió su zurrón desesperada y rebuscó entre los viales que llevaba siempre consigo. Tenía que haber algo que pudiera hacer, alguna de las pociones... Con aquella luz tan escasa no podía distinguir bien el color de las soluciones. No podía arriesgarse a darle la poción equivocada. Desenfundó el cuchillo y se volvió hacia su prisionera.

- ¡Voy a liberarte, enciende fue...!

Las palabras murieron en sus labios, y en cualquier caso su prisionera no hubiera podido oírlas.

La no-muerta estaba muerta.

No hay comentarios: