XLII

sábado, 4 de diciembre de 2010

Un par de días más tarde:

Llovía a cántaros. La cortina de lluvia era tan densa que apenas podía atisbarse el camino unos metros más allá cuando el anochecer las sorprendió en su avance por el bosque. Habían avanzado durante días, a veces por el camino, en otras ocasiones campo a través para esquivar a las patrullas de ambos bandos, y el bosque se abría ambos lados del camino como muros infranqueables hasta donde la vista alcanzaba.

- ¡Atchua!

Averil sacudió la cabeza como un perrillo empapado y su melena salpicó agua en todas direcciones para quedar igualmente empapada. Kluina´ai, silenciosa a lomos de su kodo, miró a la muchacha y suspiró. Le gustaba la lluvia.

- Lo que nos faltaba - protestó la muchacha humana- el diluvio universal ¡Atchua!

La tauren admitió para sí que por placentera y purificadora que fuera la lluvia, por mucho que ayudara a apagar los fuegos levantados por el volcán, aquella cortina de lluvia incesante era para ellas más un impedimento que una ayuda.

- Busquemos cobijo - dijo al fin- te prepararé una infusión en cuanto encontremos un lugar seco para pasar la noche.

- Hmmm, gracias ¡Atchua!

Averil sorbió por la nariz y se encogió como si fuera una tortuga que intentara esconder la cabeza en el caparazón. Luego suspiró con resignación.

- Quédate aquí, me adelantaré un poco a ver si hay algún sitio donde podamos guarecernos.

Kluina´ai asintió: no descartaba que tuvieran que retroceder tan cerca como estaban de Frondavil, si no querían entrar en el bosque maldito en la oscuridad de la noche. Vio a Averil alejarse con un trote ligero a lomos de su caballo, vio la lluvia repicar en sus ropas y casi crear un aura a su alrededor. El camino era recto, de modo que pudo verla un buen trecho, mirando a ambos lados del camino, haciéndose visera con la mano para protegerse los ojos de la lluvia. Podía disntiguirla en el manto de lluvia todavía cuando la muchacha, ya al galope, deshizo el camino andado y se reunió con ella.

- Nada- suspiró Averil deteniendo a su caballo a unos pasos del inmenso kodo.Estornudó - ¿Qué hacemos?

La tauren tironeó de las riendas de su montura para que diera la vuelta en el camino. Averil la imitó.

- Retrocedamos, Bellota- indicó, espoleando los flancos de su kodo con las pezuñas.- Tal vez pasamos de largo alguna cueva.

Reemprendieron el camino en silencio, hacia el sur de nuevo, encogidas sobre sus monturas bajo la incesante lluvia, con una oscuridad cada vez más densa a su alrededor. Era arriesgado permanecer sin resguardo una vez caída la noche, con las patrullas y las bestias del bosque al acecho. Tenían que aguzar la vista para distinguir posibles refugios en la espesura, a través de la cortina de lluvia y con la huidiza luz del atardecer. Apenas unos kilómetros más atrás, Averil detuvo a su montura bajo la lluvia y señaló algún punto elevado a la derecha del camino, un poco más adelante.

- ¡Mira!- exclamó, irguiéndose sobre su montura para ver mejor- ¡Allí, arriba!

Kluina´ai entrecerró los ojos tratando de distinguir lo que la muchacha señalaba, pero entre la lluvia y el agotamiento cada vez más intenso, no consiguió ver nada. Necesitaba descansar.

- ¡Allí!- insistió Averil, señalando algún lugar en la pared de la montaña, ahora oculta por los árboles- ¡Me pareció ver un agujero en la roca! ¡Vayamos a ver!

La tauren siguió a la muchacha, que encaminó a su caballo fuera del camino y a través de los árboles, aparentemente sin más indicaciones que lo que la vista le había sugerido. Averil parecía impelida por la promesa de un lugar seco y cálido donde poder encender fuego y pasar la noche. Avanzaba delante, erguida en su silla, inclinándose únicamente para apartar las ramas altas que salían a su encuentro mientras ascendían campo a través por la ladera de la montaña. Kluina´ai la siguió, todo lo alerta que sus sentidos le permitían, aunque en la espesura solo podía confiar en que la muchacha humana no diera un paso en falso con su montura y acabara despeñándose montaña abajo. Llegados a un punto, el suelo era un barrizal tan resbaladizo que averil desmontó y siguió avanzando llevando al caballo por las riendas, buscando los lugares por los que las monturas pudieran ascender si arriesgar que se rompieran una pata y tuvieran que sacrificarlos. Siguieron avanzando en silencio a través de los árboles sin llegar al supuesto agujeron en la roca que Averil juraba ver, pero Kluina´ai ya iba a sugerir dar media vuelta cuando un destello blanco a su derecha llamó su atención.

- Ruinas...- murmuró al distinguir la silueta de los restos de una columna de clara manufactura kal´dorei. Los restos estaban desperdigados y cubiertos de helechos y hiedras trepadoras hasta casi mimetizarse con el entorno.

Un poco más adelante, oyó la voz de Averil.

- ¡Esto está lleno de ruinas!- exclamaba la muchacha, evidentemente animada. Su voz se alejaba- ¡Debe haber algún santuario viejo por aquí! ¡Vamos! ¡Oh! ¡Mira!¡Uau!

Kluina´ai ascendió trabajosamente el último trecho de espesura y cuando cruzó la última línea de árboles, contempló lo que tal admiración había despertado en su acompañante.

La gruta se abría en la roca como una inmensa boca oscura recortada en la ladera. Ante ella, una pequeña explanada de tierra hacía las veces de terraza. Sin duda aquel lugar debía haber sido un refugio magnífico por su orientación y accesibilidad en los tiempos primordiales en los que ningún ser en Azeroth sabía utilizar siquiera las herramientas más básicas. Kluina´ai sabía de grutas: no en vano su especie era eminentemente nómada y se servía de los recursos que el vientre de la Gran Madre ponía a su disposición. Avanzó hasta la muchacha y allí, erguidas bajo la lluvia y sujetando sus monturas por las riendas, la humana y la tauren contemplaron indecisas la invitante oscuridad.

- ¿Entramos?- inquirió Averil al cabo, con el largo cabello rubio totalmente pegado a su rostro por la lluvia. Tenía la nariz cómicamente colorada bajo los zarcillos oscuros.

- Prudencia, Bellota- contestó Kluina´ai desatando su maza de la silla del kodo sin apartar la vista de la entrada- Las cuevas suelen ser la casa de alguien.

Aquello hizo que la muchacha mirara con todavía mayor interés la entrada de la caverna. Kluina´ai aferró la maza: si la cueva estaba habitada, más le valía ir armada. Miró a la muchacha.

- Acerquémonos a la entrada y quedate ahí. Yo entraré a investigar.

Amarraron a sus monturas a un árbol cerca de la entrada y corrieron a refugiarse bajo la entrada de piedra. Kluina´ai respiró hondo y, con la maza en la mano, se adentró con paso cauto en aquella oscura boca en la montaña.

Dentro olía a aire estancado y sus pasos despertaban ecos en la oscuridad. Tuvo que avanzar con una mano siempre rozando la roca para no desorientarse. La escasa luz del exterior se desvaneció casi de inmediato, de modo que el avance se volvió todavía más inseguro: podía haber socavones o fallas ocultas en la negrura y no quería acabar colándose por alguna. El sonido de la lluvia allí dentro se volvió casi imperceptible mientras avanzaba, pero podía escuchar el borboteo de lo que debía ser una filtración de agua a través de la roca. Era consciente de que avanzaba despacio, pero pese a todo la gruta era más profunda de lo que había parecido en un principio. Ya no veía la entrada, solo oscuridad a su alrededor. No olía a cubil de ninguna bestia, así que después de todo, tal vez estuviera realmente deshabitada. Iba a volver sobre sus pasos cuando algo llamó su atención. Había sido apenas un instante, pero hubiera jurado que había atisbado un breve resplandor proyectado en la roca, como oculto tras un recodo del angosto pasillo. Retrocedió un tanto, aprovechando la curva que hacía la pared: sí, allí estaba. Más adelante, al girar algún otro repecho en la piedra, ardía la luz de una llama. Podía ver el resplandor ambarino y juguetón de las llamas en la pared. Pero si había un fuego, fuera lámpara u hoguera, quería decir que la cueva no estaba tan vacía cómo había supuesto.

Aferró fuerte su maza.
En silencio invocó el poder del rayo para protegerse y avanzó con cuidado, lentamente, con la maza lista para asestar el primer golpe en caso de un ataque. El corazón le martilleaba inquieto en el pecho ¿La oiría Averil si le gritaba para que huyera? Pegada a la roca, Kluina´ai avanzó un paso tras otro, atenta a cualquier sonido que proviniera del interior, pero salvo el crepitar de las llamas cada vez más evidente, no escuchó absolutamente nada. El lento avance se le hizo agónicamente largo hasta que alcanzó por fin el último repecho en la roca y se asomó con cuidado.

La hoguera ardía con viveza en un rincón, arrojando su luz ambarina en lo que parecía, ahora sí, el final de la gruta. Sin embargo lo que llamó su atención fue lo que pudo ver bajo la cálida luz del fuego. Había algunos utensilios cerca de la hoguera, lo que parecía una piedra de pedernal, y un poco más allá, contra la pared, una especie de macuto pequeño y bien sujeto con correas entre otros objetos.

En la pared opuesta, un montón de hojas y helechos parecían formar un precario lecho. No había nadie o al menos parecía desierto. Intentó atisbar algo en la oscuridad detrás de la hoguera, donde el techo de la cueva descendía hasta cerrar el pasillo por completo, pero el resplandor de las llamas creaba una penumbra inescrutable. Parecía desierto, sí, pero una extraña sensación de sentirse observada la mantenía alerta. Con la maza en las manos, lista para atacar, Kluina´ai salió de su escondite y se acercó lentamente al fuego.

- ¿Hola?- sus ojos aprovecharon esos escasos metros de avance para tratar de ver algo en la penumbra tras la hoguera- ¿Hay alguien ahí?

De pronto a su espalda un susurro la sobresaltó. Estaba a punto de volverse con la maza en alto cuando escuchó la voz de Averil.

- ¡Una hoguera!

Kluina´ai bajó un instante la maza, para recuperarse del sobresalto y miró a la muchacha con reprobación: tenía que haberse quedado en la entrada, como le había indicado. Sin embargo Averil parecía deleitada por el calor que emanaba de la fogata y por el improvisado refugio que se encontraba allí. Miraba a su alrededor con el calor de las llamas bailando en sus mejillas. Kluina´ai se desplazó disimuladamente para interponer su inmenso cuerpo entre la muchacha humana y la oscuridad más allá de la penumbra.

- ¿Holaaaa?- la voz de Averil despertó un centenar de ecos en la gruta. Reverberaron una y cien veces en las paredes de roca.

Kluina´ai miró atentamente la penumbra, le había parecido percibir un movimiento, o tal vez fueran las danzarinas sombras que sus cuerpos proyectaban ante la hoguera. Trataba de relajarse cuando de pronto una de las sombras de la pared pareció deformarse y, como si de un sueño se tratara, emergió lentamente de la roca y se desprendió de la pared ante sus ojos.

- Bienvenidas.

Averil dio un respingo al oir la voz y Kluina´ai afianzó su posición entre la sombra y la muchacha.

- Por favor, no os quedéis ahí de pie.- dijo la sombra, con voz de mujer. Se alejó de la penumbra como si se despegara de las sombras del fondo de la gruta y se acercó lentamente a la hoguera. Su forma se definió: humana, de estatura media y con una afilada daga en la mano izquierda que enfundaba tranquilamente mientras se acercaba al fuego.

La sombra iba totalmente envuelta en cuero oscuro que definía una silueta firme y afilada, Sus manos estaban enfundadas en guantes también de cuero, así como sus pies. El rostro de la mujer desaparecía en la oscuridad de su capucha, de modo que solo se percibía un inquietante brillo en el lugar donde deberían estar los ojos. Realmente, incluso a la luz, daba la impresión de ser una sombra desprendida de la pared. La hoguera ante ella proyectaba a su espalda una sombra danzante y siniestra, como si de un momento a otro pudiera volver a fundirse con ella y desaparecer.

- No buscamos problemas- dijo Kluina´ai, todavía con el arma enhiesta y sin apartar la mirada de la mujer.

La sombra cabeceó lentamente y se acercó todavía más a la hoguera.

- Tendréis que disculpar mi... prudencia, pero debéis admitir que formáis una extraña pareja- inquirió despreocupadamente la encapuchada, sentándose tranquilamente contra la pared más sombría. Su voz crepitaba como el fuego y hablaba un común sin acento.- ¿Qué trae a este lugar a una tauren y una hija de Arathor?

Averil se revolvió, sentía de algún modo la intensa mirada de aquella mujer clavada en ella. Trató de atisbar alguno de sus rasgos en la oscuridad de la capucha pero no había manera, y se sintió todavía más inquieta al tener la impresión de estaba pasando por alto algo importante.

- La lluvia.- sentenció a su lado Kluina´ai, tensa y con la mano en su maza.

El significado de aquella afirmación fue evidente. Las manos enguantadas de la desconocida se alzaron en son de paz y oyeron una risa oscura y nada alegre brotar de la profundidad de la capucha.

- Ya veo... Haya paz, hermana, haya paz- dijo y en su voz había un leve atisbo de diversión- No os deseo ningún mal. Por favor, sentaos y comed. Hay sitio y fuego de sobra en esta cueva para las tres.

Averil miró a Kluina´ai, que no se movió. Sentía una ligera inquietud, aunque su curiosidad le podía: ¿Qué hacía otra humana en aquel rincón del bosque tan recóndito? La mujer había apartado la mano de la empuñadura de su daga y parecía relajarse un tanto contra la roca a su espalda, como si no tuviera nada que temer.

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