XLIV

lunes, 6 de diciembre de 2010

Frondavil:

No en pocas ocasiones había oído, una y otra vez, que los renegados son incapaces de soñar; sin embargo aquella teoría había quedado obsoleta cuando la propia Sylvannas y cientos de sus súbditos habían caído bajo el influjo de aquella niebla verdosa que había llenado la ciudad subterránea de Entrañas hasta sus mismísimos cimientos. Ella no había estado allí, desde luego, pero les había visto de todos modos. Se había encontrado con todos al otro lado...
No era la primera vez que veía aquel lugar: con el tiempo había comprendido que el sueño que la había estado asaltando desde que despertara del hechizo de Finarä era diferente a las fantasía de sucesos e imágenes de los vivos mientras dormían. Tuvo que reconocer, pese a todo, que realmente no soñaba: viajaba. Como aquella noche en la que se había deslizado sigilosa por un denso bosque y había visto a aquellos lobos terribles brotar de las raíces de un roble gigantesco y podrido para atacar al pájaro azul cobalto. Había intervenido entonces, había ayudado al pájaro azul a huir y había despertado.

No había comprendido entonces quién era aquel pájaro, sólo tarde, mucho más tarde, cuando se había arrodillado a los pies de aquel lago en el Santuario Esmeralda en las estepas heladas del legendario Cementerio de Dragones y había visto a aquel mismo pájaro revoloteando, a medio camino entre este mundo y el otro, entorno a la inmensa testa dormida de la dragona. Desde aquel día había luchado cada noche por regresar a aquel mundo verdoso, por encontrar de nuevo al hermoso pájaro, por mantenerlo a salvo. Había conseguido regresar, pero no había vuelto a encontrarse con el avecilla salvo para atisbar fugazmente su brillante plumaje azul en las alturas, entre la espesura. Había ansiado el día en que pudiera decirle cara a cara cual era el camino que debía seguir, en que pudiera entender, revelarle quién era en realidad. Y cuando por fín había tenido la oportunidad, cuando había sido el pájaro azul quién había sorprendido al irbis en su guarida...

Maldecía para sí cada vez que pensaba en su impotencia para cambiar el rumbo de su viaje. Se había mostrado demasiado precavida en ocasiones y en otras demasiado interesada en sus pasos. La tauren había recelado de ella con toda la razón, y ella no había tenido valor para matarla, no delante de la muchacha, no sabiendo lo que aquella tauren en particular había hecho por la otra mitad de su alma. Las había dejado marchar.

- ¿Qué pasa? - la voz proviniente del suelo la hizo detenerse sigilosamente. Se habían detenido con sus monturas y ambas, humana y tauren se mantenían bien erguidas en sus sillas.

Se acomodó en la rama para distinguir mejor a su objetivo. La tauren agitaba nerviosamente una oreja y supuso que había escuchado algo; sin embargo la mano blanca de aquella hembra descomunal se alzó para acariciar la pluma que llevaba colgada al cuello y Liessel, con un acto reflejo, comprobó que el manojo atado a su cinturón seguía allí.. Se dio cuenta entonces de que Kluina´ai respiraba pesadamente y Mush´al anan fandu se agazapó en su rama para tratar de entender mejor qué estaba pesando. La muchacha, sobre su montura, miraba fijamente a su acompañante con un gesto preocupado en ambos ojos. Al cabo de un instante la tauren inspiró profundamente y sacudió levemente la testa. Un momento después, reemprendieron el camino, internándose en Frondavil.

Agazapada en su rama Liessel les dio unos instantes antes de seguirlas de nuevo, presa de un terror incipiente que trepaba desde sus piernas y le oprimía el pecho. Ella misma había cruzado el bosque maldito en incontables ocasiones y a partir de la tercera, en todas ellas el influjo del bosque en su sueño había alcanzado sus cotas más terribles. La primera vez que se había visto asediada por unas pesadillas que le habían hecho temer realmente por su vida, estaba cruzando con un bebé en brazos. Años después, la muchacha que había sido aquel mismo bebé, aquella muchacha que había probado ser terriblemente más sensible al poder oscuro del sueño, hacía el camino de vuelta.

Rogaba que la tauren estuviera preparada para lo que se le venía encima.

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