Manada

martes, 14 de diciembre de 2010

Despertó en su cama al atardecer. El sonido del bosque atravesaba las paredes y abrió los ojos recordando que dormía en un lecho de paja, no acurrucada con sus hermanos, arropada por su reconfortante calor. En su pecho se impuso un cosquilleo de anticipación, como un aleteo ansioso por la noche que se avecinaba. Podría volver, volver tras tantas semanas guardando las formas, esperando... Se puso en pie de un brinco y corrió hacia la puerta. Estaba cerrada, intentó abrir con el pomo, empujó y estiró pero el cerrojo estaba echado desde fuera. Sintió que su corazón se aceleraba.

- ¡Papá!- gritó, y como no obtuvo respuesta- ¡Papá!

Esperó unos instantes, pero nadie acudió ni oyó pasos. Nerviosa, se alejó de la puerta. La habitación no tenía más que un pequeño tragaluz en lo alto de la pared norte, por el que no cabía su cuerpo, por estrecho y fibroso que fuera. La luz del atardecer se filtraba proyectando un extraño haz en el suelo de madera, pero ni siquiera subida a la cama podía asomar más que la nariz para atisbar el exterior. Precariamente en pie sobre el jergón, se aferró con las manos al borde de tragaluz y de puntillas, trató de ver el bosque, pero solo asomaban las copas de los árboles, oscuras, inalcanzables.

Bajó de un salto y se paseó inquieta por la habitación, retorciendo las manos con nerviosismo. El bastardo de su padre la había encerrado para impedir que regresara al bosque, a su hogar, mientras él se dedicaba a realizar los siniestros encargos de Karl Markov.

- Maldito, maldito, maldito...- las palabras brotaron de sus labios como un siseo y un leve gruñido escapó de su garganta.

Sintió una presencia tanteando su mente y se detuvo en seco. Percibió la preocupación de un ente familiar.

"¿Qué ocurre, hermana?" la pregunta no se había formulado con palabras, pero hacía tiempo que había aprendido a entender aquellas emociones ajenas y bestiales.

Suspiró y dejó que Calia viera por sí misma lo que sucedía. El gañido sonó justo debajo de su ventana. Como impulsada por un resorte, Cybil saltó de nuevo a la cama y trató de sacar el brazo por el tragaluz.

- ¡Calia!- llamó, pero su mano no tocó nada, estaba demasiado alta.

"Ven a cazar, te esperamos"

- No puedo...- murmuró para sí.

Sintió una punzada de ansiedad y alzando el rostro hacia el tragaluz, gañó con rabia. Un aullido resonó en la lejanía, otros respondieron mucho más cerca.

"Te esperamos. Somos manada"

Manada

Aquel pensamiento hizo que le flojearan las rodillas y se deslizó hasta quedar sentada en el lecho, con las manos cruzadas sobre las piernas y la mirada gacha. Oyó los ladridos y gañidos que precedían a una noche de caza, impacientes. Quería ir con ellos, necesitaba ir con ellos, atravesar rauda los bosques...
Casi pudo sentir el roce del hocico de Calia en el alma, tratando de animarla. No comprendía que estaba encerrada como aquellos hermanos que habían sucumbido a los humanos. Se dejó caer contra el jergón, boca arriba, y resopló, tratando de contener las lágrimas de rabia.

"Ven conmigo"

Ojalá, hermana, ojalá.

"Ven con nosotros. Somos manada"

Cerró los ojos y pensó en sus hermanos, reunidos en un claro. Retozaban y se perseguían, ansiosos ante el inminente comienzo de la caza. Allí estaba Gris con su oreja caída, y Ojos Dorados, vigilando a todos como si fuera el líder. Se imaginó corriendo con ellos, participando en sus juegos.

"¡Vamos!"

Sintió el tirón repentinamente, como si se deslizara fuera de su cuerpo, y abrió los ojos aspirando con ansiedad. Su corazón latía desbocado. Percibió el desconcierto de Calia, su sensación de sentirse rechazada. ¿Rechazada?

- ¿Qué...?

Le invadió una sensación de vertigo, pero a medida que se abría paso en su mente una ligera intuición, una insospechada seguridad hizo presa en ella. Siempre se había sentido muy cercana a Calia, en comunión. Había creído que se limitaba al estrecho lazo entre los lobeznos de la misma camada, del mismo modo que podía comunicarse con Ojos Dorados y los demás, pero con Calia siempre había sentido que iba más allá. Más allá...

¿Y si?

Respiró hondo y cerró los ojos. Buscó a Calia en su pensamiento y la encontró brincando en los limites de su mente, juguetona, expectante.

"¿Vamos?"

Con suavidad, sintió la calidez de la loba recibiéndola. De nuevo aquella sensación ajena, desconocida y a un tiempo familiar. De nuevo vio a Gris y a los demás jugando en el claro, pudo ver lo que parecía la pared de un edificio y supo que en algun lugar de aquella pared, había asomado un brazo ansioso. Y comprendió...

Esta vez fue ella quien preguntó, con la ansiedad revoloteando en su pecho.

¿Vamos?

Si los lobos pudieran sonreir, Calia lo hubiera hecho con autosuficiencia y regocijo. Su pensamiento le llegó como un suspiro, como una certeza propia en lugar de una afirmación ajena.

"Claro, somos manada"

El bosque las esperaba.

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