XLIX

jueves, 16 de diciembre de 2010

El asentamiento del Círculo Cenarion era un buen refugio, pero no era un campamento para alojar viajantes. Resultaba evidente que las labores que desempeñaban los druidas se orientaban en su totalidad a eliminar la corrupción del bosque, pero ninguno evidenció el más mínimo interés en investigar un poco más a fondo la particular... invasión de la muchacha humana. Kluina´ai había intentado obtener más información al respecto de sus compatriotas tauren en el Refugio Esmeralda, pero al parecer los temores de los druidas pertenecían a esa clase de secretos envueltos en un temor reverencial y tuvo que desistir con la frustante impresión de que los discípulos de Cenarius sabían algo que temían demasiado como para poder hablar libremente de ello. De hecho las dos viajeras habían terminado por abandonar aquel lugar ante las inquietas miradas que intercambiaban los druidas a su paso, y el murmullo velado que parecía brotar de sus labios cuando salían de alguna habitación. La Hija del Roble, decían, la Hija del Roble.

Y así se encontraron de nuevo en el camino, aunque esta vez más descansadas y con las alforjas provistas de comida y agua para el resto del camino. Más al norte, les habían dicho, aguardaba otro asentamiento donde tal vez pudieran descansar antes de acometer la travesía del Túnel Brezomadera que las llevaría a Claro de la Luna. Averil, por su parte, resultaba cada día más silenciosa y taciturna, y a menudo Kluina´ai la sorprendía masajeándose las sienes con un gesto de dolor dibujado en el rostro. Ninguna hablaba demasiado, avanzaban lentamente y siempre alerta a través del bosque maldito, pendientes de los movimientos más allá de la franja de árboles, o de las putrefactas charcas infestadas de mocos reptadores. A menos de un día de viaje, encontraron a la vera del camino un pequeño asentamiento compuesto únicamente por dos tiendas de claro estilo kal´dorei. Una elfa de la noche de corto cabello azul celeste montaba guardia armada con bastón y les hizo un gesto para que se acercaran.

- Ishnu Allah- saludó, apoyando su arma en el suelo y estudiando a las dos viajeras con suspicacia- ¿Sois las enviadas del Refugio Esmeralda?

Vestía cómodas rópas de cuero y sus ojos resplandecían de luz en aquel lúgubre bosque. La forma en que movió la cabeza para estudiarlas mejor recordó a Averil a un nervioso pajarillo. Se caló la capucha y dejó que Kluina´ai tomara la palabra.

- Ishnu Allah- respondió la tauren acercándose y sacándose el casco- Nos dirigíamos al norte, no sabíamos que había Hermanos del Círculo en esta zona del bosque.

La elfa de la noche resopló con hastío y se pasó una mano por el corto cabello azul. Su mirada se desvió un instante hacia unas ruinas medio sepultadas en la espesura que había un poco más atrás y puso los ojos en blanco. A Averil no le pasó desapercibido aquel gesto.

- En fin- suspiró la elfa con amargura volviéndose de nuevo ante las viajeras montadas- no sé de qué me sorprendo.

Kluina´ai agitó una oreja, intrigada, y desmontó para acercarse a ella. Resoplando irritada por aquella interrupción, Averil desmontó también y permaneció junto a su montura mirando a su alrededor. La tauren se había acercado a la guardia y hablaban de temas que a Averil no le interesaban lo más mínimo. Sin embargo, la furtiva mirada de la elfa hacia las ruinas del fondo había despertado su curiosidad, y mientras Kluina´ai y la druida departían a la orilla del camino, ella se internó en el pequeño campamento con aire distraido y dejó atrás las tiendas de campaña.

Las ruinas que había mirado la elfa no estaban lejos: blancas columnas de piedra, algunos bancos, jarrones rotos... Más allá, más adentro en la espesura, le pareció ver el destello blanco de otros edificios. Tal vez si se acercara más...

- Este no es lugar para una muchachita - dijo una voz femenina a su espalda, haciendo que se volviera sobresaltada.

Lo primero que pensó  fue que de nuevo estaba soñando o que acaso no había despertado en todos aquellos días. Bálsamo Trisaga la miraba con gesto severo pero con un brillo de curiosidad en los ojos de luz. No, un momento... Los rasgos eran más afilados, casi etéreos, y el gesto era más adusto que el de la apacible sacerdotisa. Había sido el cabello, aquella holgada trenza blanca que asomaba por encima del hombro de la kal´dorei que tenía frente a sí y que la estudiaba sin disimular, el que había hecho que por un momento creyera estar viendo el fantasma del difunto Bálsamo. Sin embargo, algo en aquellos rasgos le resultaba familiar sin que acertara a dilucidar el qué.

- ¿Cómo te llamas?- inquirió la elfa acercándose a ella un paso. Su mirada estaba clavada en los zarcillos y había un algo indescifrable en los ojos, aunque no era hostil. Averil lo reconoció al cabo de un instante puesto que era algo que conocía bien: auténtica curiosidad.

Por un momento había pensó en darle el nombre con el que había nacido, pero se dijo a tiempo que si Liessel había atravesado aquel mismo bosque hacía menos de cinco años, no era seguro utilizar su apellido.

- Soy Averil, Averil Lumber - respondió retirando la capucha.

Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de la elfa.

- Yo soy Delaris, Averil- se presentó con una leve inclinación cabeza- Arcanista Delaris.

Averil frunció el ceño: los kal´dorei repudiaban el poder arcano, lo había estudiado en la academia cuando vivía en Dalaran. Los únicos magos eran los ahora elfos de sangre, y desde luego aquella mujer no parecía oriunda del Bosque Canción Eterna. Entonces aquella mujer debía ser... ¡Luz bendita! ¡Un altonato! ¡Uno de los primeros estudiosos de la magia, directamente desde el Pozo de la Eternidad! Por eso sus rasgos le habían resultado tan familiares, claro que sí. Los había visto dibujados una y otra vez en los tratados de historia de la magia en la academia. Pero ellos habían sido quienes...

Delaris pareció adivinar sus pensamientos.

- Soy muy consciente de que la presencia demoniaca en este bosque se le puede achacar a mi raza.- explicó con un leve matiz de disculpa- Pero tampoco soy la primera Altonato que intenta expiarse, y le agradezco al Círculo Esmeralda que tenga el pragmatismo de aceptar mi ayuda.

Sorprendida, Averil parpadeó en silencio. Altonatos...

- Ven conmigo, Averil.- señaló la arcanista haciendo un gesto hacia una de las tiendas.- Pareces cansada, prepararé algo de té.

La muchacha miró un instante hacia donde Kluina´ai seguía enfrascada en su conversación con la druida y siguió a la quel´dorei. Entraron en una pequeña tienda, acondicionado a modo de vivienda y tomaron asiento en la alfombra que cubría el suelo. Un pequeño brasero humeaba en un rincón y Delaris se acercó para coger unas pinzas de metal.

- Acércame dos tazas, por favor.- pidió a su joven invitada, señalando un pequeño estante junto a la entrada.

Averil localizó dos tazas de cerámica muy simples y se las acercó a su anfitriona. Delaris cogió entonces con las pinzas unas piedras pequeñas y redondas que se calentaban en el brasero y echó una en cada taza. A continuación, de una tetera que descansaba junto al fuego, las llenó de agua y añadió un puñado de hierbas de una pequeña caja que aguardaba sobre la mesa. Un aroma amaderado pero relajante inundó la tienda y Averil aspiró con avidez el vapor cuando Delaris le tendió su taza. Dio un sorbo, el sabor era amargo pero no desagradable y el calor que se deslizó en su estómago era reconfortante.

- Bien- dijo al fin Delaris, sosteniendo la taza humeante con ambas manos y mirando con interés los zarcillos- ¿Qué hace una joven humana tan lejos de los dominios de la Alianza?

La muchacha sintió el primer impulso de encogerse de hombros, pero no lo hizo. No sabía hasta qué punto podía revelar el destino de su viaje a aquella mujer, pero tampoco podía quedarse callada y no responder a la pregunta formulada.

- Disculpa- Delaris alzó las manos, indicándole que no era necesario que respondiera- No quería incomodarte. Es solo que esas marcas que tienes en el rostro... Bueno, mantienen un paralelismo interesante con la corrupción del bosque.

Averil se llevó una mano a los zarcillos inconscientemente. Estaban calientes y casi le parecía sentir que se estremecían levemente. Delaris entornó los párpados.

- Están reaccionando al bosque ¿verdad?

La lona de la entrada se apartó entonces, sobresaltando a la muchacha, y el rostro de la guardia apareció en la abertura. Delaris alzó la mirada con curiosidad, pero la druida no detuvo su mirada hasta caer sobre Averil.

- Está aquí.- dijo a alguien en el exterior, y acabó de apartar la lona para entrar. Tras ella, Kluina´ai tuvo que agarcharse para cruzar el umbral y miró con curiosidad a la arcanista que aguardaba sentada con una taza humeante entre las manos. Si también ella había confundido sus rasgos al primer vistazo, Averil no lo notó.

- Por favor, ponte cómoda- dijo la quel´dorei extendiendo una mano para señalar un lugar frente a ella.

Sin esperar una invitación particular, Eridan Vientoazul - así se llamaba la guardia- entró en la tienda y se sentó sin ceremonias cerca de Delaris. Kluina´ai por su parte observó primero la situación, no sin recelo. Las últimas muestras de hospitalidad que había encontrado desde que entraran en tierras de los elfos habían sido cuanto menos... inquietantes. Sin embargo Eridan era miembro del Circulo Esmeralda y no mostraba recelo alguno hacia la quel´dorei, y Averil parecía tranquila, con su taza en las manos, sin la capucha. El ambiente en la tienda era más bien distendido. Respopló levemente y buscó un lugar donde acomodarse dentro de la tienda.

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