El camino al infierno II

viernes, 1 de abril de 2011

Fuego.

Lo primero que sintió antes de abrir los ojos fue que la estaban quemando viva. No importaba que sintiera bajo su cuerpo el frío suelo, ni de que la quietud del lugar en que se encontraba le recordara que seguía en la biblioteca de sus habitaciones en el Alto Aldor. Un violento espasmo la recorrió y abrió los ojos, presa de un terror incomprensible. El gesto le revolvió el estómago y se incorporó para vomitar, pero no tenía nada en en estómago. El cuerpo le tiritaba con tal intensidad que ni siquiera rodeándose con los brazos conseguía paliarlo, incluso las manos le temblaban como si fueran las de una anciana. Y el ansia era tan intensa... Comenzó a sollozar violentamente, se dobló sobre sí misma allí, de rodilas en el suelo, y apoyó la frente en el suelo. El dolor era atroz.

- Aguanta, Niré.- dijo una voz a su derecha- Eres más fuerte que todo eso, aguanta.

Se enderezó sobresaltada para enfrentar a la mujer de pelo oscuro que permanecía en pie en el centro de la habitación, mirándola con una mezcla de lástima y resolución en el rostro, como si solo con mirarla pudiera darle la fuerza que le faltaba.
Aquella mirada la enfurecía. Dejó de llorar, se volvió y le dio la espalda casi violentamente mientras se ponía en pie. No soportaba la compasión.

- No sabes lo que dices, nunca lo supiste.- escupió, tratando de secarse las lágrimas con las manos temblorosas. Las piernas le temblaban y el mundo giraba a su alrededor- Tú nunca sufriste lo que sufrimos nosotros.

La mujer se enderezó e inspiró profundamente, pero no dijo nada. Detestaba aquella resignación de la que hacía gala, le daban ganas de lanzarse sobre ella y arañarle el rostro con las manos hasta hacerla sangrar. Sintió la rabia crecer en su interior, pero se concentró en mantener el equilibrio ahora que estaba erguida. Tenía tanto calor. Y el ansia era tan, tan intensa... Sentía la mirada de la mujer fija en ella, silenciosa. Sabía lo que pensaba, podía sentir la desaprobación que emanaba de ella, y la certeza de que la consideraba débil. Nunca había entendido que podía mantenerlo bajo control, que era mucho más fuerte de lo que creía.

- Márchate. - dijo dándole la espalda. Sentía la enfermiza necesidad de hacerle daño- No te necesito. Nunca te necesité.

La mujer de cabello negro no se marchó. Siguió clavando en ella su mirada paciente, pero cuando habló, una nota de decepción matizó sus palabras.

- Y cuando me vaya ¿Qué? Correrás a buscarlo, volverás a caer y durante un momento ínfimo, te sentirás bien. Sí. Pero sabes tan bien como yo lo que vendrá después. No voy a decirte lo que ya sabes porque lo sabes, Niré, ya has pasado muchas veces por esto.

Celebrinnir no la miró. Le resultaba dificil enfocar la mirada y mantenerse en pie era más dificil de lo que había pensado. Trató de no prestarle atención, de ignorar sus palabras, pero los recuerdos la asaltaron y no tenía fuerzas para repelerlos. Se vio de nuevo en el suelo, tumbada en un rincón polvoriento y oscuro entre las ruinas de Quel´danas. Recordó a la mujer de cabello oscuro retorciéndose en el suelo junto a ella, con el rostro desfigurado de dolor, sin fuerzas siquiera para sollozar.

"No lo entiendo" gemía, presa de aquella angustiosa confusión "¿Por qué a mí? No lo entiendo"

Sacudió la cabeza, no quería aquellos recuerdos. Ella había sido más fuerte, no tenía derecho a recriminarle. ¿Por qué venía a atormentarla? Inspiró profundamente, hizo acopio de voluntad. Ella era más fuerte que aquello. Concentrarse en aquel estado era dificil, pero ya lo había hecho otras veces, había podido con ello. Sus piernas dejaron de temblar y pudo enfocar la vista. Se enderezó.

- Márchate.- dijo con voz firme, sin mirarla- Ni siquiera estás aquí, así que déjame en paz de una maldita vez.

La mujer de cabello negro no respondió. Durante unos instantes Celebrinnir se mantuvo dándole la espalda, temerosa de volverse y encontrarla todavía allí, de que realmente aquello hubiera escapado de su control y fuera incapaz de salir del delirio por sí misma, pero cuando se volvió, la mujer había desaparecido. ¿Por qué la perseguía? ¿Por qué su mente podía crearla con tanto realismo? Comenzó a temblar de nuevo, se rodeó con los brazos intentando paliarlo, pero aquella debilidad se le clavó en el pecho como un puñal y se encontró sollozando de nuevo, sin poder controlarlo. Sabía lo que necesitaba, sabía como paliarlo pero solo pensar en ello la embargaba de un asco hacia sí misma que no podía soportar.

¿Por qué había tenido que pensar en ello?

Se arrodilló de nuevo en el suelo, meciéndose hacia adelante y hacia atrás, tratando de respirar hondo pero los sollozos la convulsionaban de una manera que la hacía despreciarse hasta lo más profundo. Sabía lo que había pasado, la droga que había bajado sus barreras había tirado por tierra todo el autocontrol del que había hecho acopio para mantenerse a salvo de la adicción. Podía pedir ayuda en el Templo, los Aldor podían conjurar el poder de la Luz para sanarla, pero no podía soportar la idea de que conocieran su debilidad, de que se confirmaran aquellos prejuicios contra los que tanto había luchado. No, no podría soportar sus miradas compasivas, sus serenos asentimientos como si siempre hubieran sabido que aquello acabaría pasando...

Un nuevo espasmo la convulsionó y le arrancó un grito de los labios. Los músculos de todo el cuerpo le palpitaban como si cientos de alfileres se clavaran en ellos. Tenía que terminar con aquello, podía hacerlo, podía mantenerlo bajo control como había hecho otras tantas veces. Solo necesitaba un poco, solo un poco... Pero iba a requerir toda su serenidad para controlarlo. Apretó los dientes para evitar que le castañetearan y respiró profundamente. Gateó hasta el rincón de la sala y deslizó los dedos temblorosos por las junturas de las baldosas hasta que encontró lo que buscaba. La baldosa sonó levemente y la levantó con cuidado para apartarla. Un pequeño cofre lacado aguardaba en el hueco oscuro bajo el suelo, y lo cogió para sacarlo y depositarlo frente a ella.

Solo tenía que abrirlo. Solo abrirlo. Era la solución a aquel dolor infame, pero hacerlo implicaba condenar su alma todavía un poco más, alejarla más del calor de Belore, fallar todavía más su Prueba. Un poderoso sentimiento de rechazo embargó su corazón. Todo había sido culpa Suya, había sido Él quien había permitido que sucumbieran, todo era parte de Su Plan infame.

Tomó aire y abrió la caja.
Cinco cristales verdes destellaron ante sus ojos.

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