El camino al infierno V

jueves, 7 de abril de 2011

Alto Aldor:

"Hola Iranion"

- No, no, nonononononono- gimió al tiempo que separaba los brazos del cuerpo, invadida por una brutal sensación de asco hacia sí misma.

Giró en redondo lentamente y se arrojó contra la bañera. Comenzó a lavarse frenéticamente, arañándose la piel con las uñas en un vano intento de eliminar el tacto de Aelaith de su recuerdo. Finas lineas rojas fueron apareciendo allá donde las uñas traspasaban la piel. Su cuerpo se convulsionaba entre el sollozo y las arcadas y las rodillas volvían a fallarle de nuevo, presas de una nueva debilidad. Se apoyó en la bañera y su peso la hizo vencerse, volcando el agua en las baldosas del suelo como una repentina ola. Los tarros de cristal cayeron al suelo y estallaron en mil pedazos sembrándolo todo de fragmentos de todos los colores imaginables. Gritó con rabia y miró frenéticamente a su alrededor. Sus ojos dieron con su propio reflejo en el espejo, devolviéndole la imagen del cuerpo que había compartido con aquel demonio. Su sola visión despertaba en ella el recuerdo del placer, pero ahora lo sentía como aceite hirviendo sobre la piel. Agarró el espejo con ambas manos y con un grito tiró de él y lo arrojó al suelo. Su superficie estalló contra la roca, proyectando más cristales en todas direcciones.
Retrocedió para protegerse de los fragmentos que volaban cruzando la habitación y su pie resbaló en el suelo mojado, haciéndola caer con estrépito sobre los cristales rotos, con un golpe que le arrebató el aire de los pulmones y abrió heridas en su piel.

No se levantó, permaneció tirada en el suelo donde el agua se mezclaba con la sangre y su cuerpo se ovilló de nuevo, sacudido por los sollozos. Quería gritar, que se le abriera el pecho y se le escapara la vida, había sido profanada, había dejado que la profanaran, deseado que lo hicieran. La había elegido y cazado para herir a Iranion, por eso no la mataron, para que pudiera ir a su pariente y Aelaith pudiera hacerle llegar su mensaje. Era otro yunque más sobre la espalda de Iranion, otra pesadilla más en su lucha contra aquel mal que él no había querido revelarle pero que acababa de revelarse por sí mismo. Y ella... Ella no había sido lo suficientemente fuerte, había sido tan débil que se estaba convirtiendo en algo nuevo con lo que herirle. Una daga nueva que clavarle sobre quien sabía cuantas más...

No iba a permitir que aquello sucediera. Ella no podía vivir con aquello e Iranion jamás debía saber lo que había ocurrido.

Su mano se deslizó por el agua sucia de sangre y se cerró entorno a uno de los cristales rotos del espejo. Los afilados bordes le dañaron los dedos, pero aquello no hizo sino que lo apretara más fuerte. La sangre goteó sobre el agua ya sanguinolienta volviéndola de un rojo más intenso. Irguiéndose precariamente se sentó en el lugar en el que había caído, se obligó a dejar de llorar. Inspiró profundamente y alzó el mentón. Debía hacerse. Iranion jamás debía saber lo que había ocurrido y ella no era digna de vivir con el crimen aberrante que había cometido. Acercó el cristal roto a la primera de sus muñecas y lo clavó lo suficiente para que la sangre manara abundantemente. El corte descendía hasta casi la mano, pero esperaba no cortar los tendones que le permitirían sujetar el cristal para acabar el trabajo. Pasó el fragmento de una mano a otra y repitió el gesto casi con solemnidad. Cuando hubo terminado, retrocedió hasta la bañera volcada y se recostó contra ella, dejando que las manos descansaran en el suelo a su lado.

La sangre manaba lentamente, mezclándose con el agua en el suelo y se preguntó cuanto tiempo tardaría en morir. Le sobrecogió la calma que le invadió en el momento en que asumió que solo quedaba esperar para que desapareciera la vergüenza, el dolor y el asco, para no convertirse en una carga para Iranion. En el silencio de su mente se despidió de su hermano perdido y recuperado, y de Bheril, que había sido su pareja en el primer baile de su vida. Se despidió de Leriel y de Lohengrin, de sus compañeros del Sol Devastado. Le invadió una profunda pena de sí misma al comprender que no tenía a nadie más de quien despedirse, y que para aquellos de quien podía hacerlo, ella no era más que un personaje casi desconocido en sus vidas.
Realmente no sería una gran pérdida.

Cerró los ojos y aguardó.

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