El camino al infierno XX

miércoles, 13 de abril de 2011

Era noche cerrada y el Bajo Arrabal estaba en silencio, con el crepitar de algunas hogueras y antorchas y el susurro del bosque mucho más presente que durante el día. Iranion llegó entrada la madrugada con el rostro grave y cansado, y encontró a Bheril sentado sobre el tonel, leyendo a la luz de una discreta hoguera. Entró en la tienda en silencio y se sintió aliviado al comprobar que Celebrinnir estaba dormida, o que al menos lo fingía. No se veía con la presencia de ánimo para retomar la conversación que habían dejado abruptamente por la tarde. Desenvolvió con cuidado el pequeño fardo que había traído de su expedición a la Grada del Arúspice. Un cristal del tamaño de un puño, tallado en facetas como un diamante, arrojó una luz blanquecina sobre el rostro dormido de la sacerdotisa. No había olvidado el descubrimiento que habían llevado a cabo en las habitaciones de Celebrinnir cuando desapareció: el pequeño cofre lacado y los cristales de vil, algunos repletos y otros ominosamente agotados. También había visto el conflicto que había supuesto para ella reconocer, aunque de manera sucinta, su adicción. Sabía por lo que estaba pasando y no pensaba tolerar que sufriera más de lo que ya había sufrido. No podía quitarle sus pesadillas ni borrar lo que había sucedido, fuera lo que fuera, con Abrahel. Pero al menos esto sí podía hacerlo. Con cuidado deslizó el cristal de energía pura entre sus dedos dormidos y relajados, la miró aún un instante intentando discernir si dormía o no y salió de nuevo al exterior.

La noche le recibió con una orquesta de susurros en el bosque y el aire fresco de la noche primaveral acariciándole el rostro.

- ¿No duermes?- inquirió, sentándose con pesadez al lado de su compañero.

Bheril negó sin apartar la mirada de las líneas que leía, pero posó una mano reconciliadora en el hombro de su amigo.

- Tengo el sueño cambiado.- reconoció.

- Yo no tengo.

A su alrededor, los grillos parecían estar sitiando la ciudad y su rabioso rasgar llenaba la noche.

- Niré es fuerte.- dijo entonces Bheril en voz baja, apenas un ápice por encima del crepitar del fuego- Y tú. Poco a poco las cosas se ajustarán. Y lo que tenga arreglo, se arreglará.

Iranion asintió y miró de soslayo a su amigo, permitiendo que el cansancio se filtrara a sus rasgos. En aquel momento, incluso el sentido de culpa parecía adormecido bajo el hambre y la fatiga.

- Has aguantado bien- le animó Bheril en voz baja, pero Iranion frunció el ceño, perdiendo la mirada en algún punto invisible frente a él.- Creo que es mejor así.

- No me siento honesto...- susurró- pero no puede salirse con la suya.

Bheril descartó un instante su lectura y levantó la vista hacia su atribulado compañero.

- Escucha, si lo miras desde cierto ángulo- convino recordando los avances de la tarde- No ha perdido el carácter, ha comido y hasta la he visto sonreir. Eso ya es mucho, yo no tengo ni la mitad de su coraje. ¿Está dormida?

Iranion negó imperceptiblemente con la cabeza. Luego se encogió de hombros o más bien los dejó caer, agotado.

- No lo sé- admitió al fin en un susurro- Le he dejado el cristal, le ayudará a relajarse.

Dejando el libro de lado, Bheril asintió y se puso en pie.

- Ven, tú también tienes que descansar, aunque no duermas.

Iranion suspiró y se levantó también. Abrieron la lona con precaución y entraron en la tienda intentando no hacer ruido. Bheril acechó un instante a Celebrinnir para asegurarse de que estaba dormida. Aparentemente, lo estaba: durante el sueño su gesto severo se había relajado y parecía mucho más joven. O seguramente todo lo joven que era en realidad. El cristal había resbalado de sus dedos y descansaba junto a ella. Su fulgor había disminuido un tanto. Iranion observó con satisfacción que el sustitutivo de los cristales viles había funcionado. Con silencio y eficiencia, Bheril se sirvió de unas mantas y algunos cinturones, para crear una improvisada cortina entre los mástiles que delimitara la zona de descanso de Celebrinnir y la suya propia.

- No creo que Niré soporte vernos la cara de manera gratuita cada vez que se despierte.- explicó en susurros ante la mirada de extrañeza de Iranion.- Siempre me había preguntado si cuando me dormía tenía cara de tonto. He visto dormir a mucha gente y es algo bastante común.

- Ya sabes que no.-gruñó Iranion preparando sus mantas.

- Me alegro deque despejaras esa duda- reconoció Bheril con optimismo mientras colgaba la vaina de la espada en un gancho no demasiado lejos-Tú tampoco. Sólo la tienes cuando estás despierto.

Le observó de reojo, esperando que le mirara con asco, pero Iranion apenas le dirigió la mirada, solo se sacó las botas y se sentó sobre los cojines sin quitarse el resto del equipo. Sus armas descansaban cerca. Cuando fue a quitarse los guantes, el cabello blanco se deslizó sobre sus hombros y le veló el rostro, pero ni siquiera hizo amago de retirarlo. Bheril frunció el ceño y se sentó a su lado rápidamente. Si no recibía la característica mirada dedeñosa o de perdonavidas, Iranion debía estar realmente agotado y desanimado. Pateó un par de cojines y encontró la postura enseguida. Abrió un instante la lona para asegurarse de que Celebrinnir dormía y la cerró de nuevo para permitir que Iranion ocupara su sitio.

Celebrinnir abrió los ojos, suspiró, y siguió mirando la lona.

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