El camino al infierno XXII

miércoles, 13 de abril de 2011

Al día siguiente llegó la carta de Leriel indicando que se encontraba retenida a causa de las operaciones en el Bosque de Terokkar y que no podría acudir. Iranion había arrugado la fina página de vitela en el puño hasta que quedó reducida a un borrón, con los dientes apretados por la frustración que le reportaba aquella contrariedad.

Cada día que pasaba era un día que perdían en la batalla contra Abrahel y aquella presencia en el cuerpo de Celebrinnir les daba la fuerte convicción de que tenía al menos un rehén contra ellos. No podían seguir esperando, necesitaban identificar lo que fuera que significara aquella presencia. Las incógnitas iban surgiendo y a cada hora eran más y más. ¿Cómo la había encontrado? ¿Cómo, por todo lo que era sagrado, había conseguido doblegar la fuerza de su fe y de su disciplina? ¿Era realmente Celebrinnir o a cada día que pasaba la perdían un poco más en una lucha entre la pureza de la sacerdotisa y la corrupción del demonio? ¿Por qué temía tanto Niré dormir? ¿Con qué terribles pesadillas la había acosado Abrahel para aterrarla de aquella manera?

Por su parte, Celebrinnir parecía sentirse mejor cada día, tenía algo más de color y comía con más apetito. Todavía no podía ponerse en pie, pero bromeaba con Bheril de buen humor y no reprimía las respuestas mordaces para el propio Iranion. Era evidente que había pasado demasiado poco tiempo como para poder valorar su evolución tras la privación de sueño al que se había sometido y a todo lo que había sucedido, según entendían. Los síntomas eran pocos, pero inequívocos: las blancas manos se veían sacudidas por temblores aunque estuvieran descansando tranquilamente en su regazo, y algo sucedía con su vista. Celebrinnir parecía tener complicaciones para enfocar la mirada, parpadeaba repetidas veces y ladeaba el rostro como si corrigiera el ángulo de un cristal. Cuando ella les permitió mirar de cerca sus ojos, comprobaron que la pupila azul cobalto, ahora mucho más limpia que cuando la encontraron, vibraba y se movía nerviosa a izquierda y derecha para luego volver al centro. Era un movimiento muy sutil y desde lejos no habían podido apreciar más que el temblor, pero al mirarlo detenidamente, aquel movimiento resultaba incluso inquietante.

¿Qué era aquello? ¿Eran secuelas de la privación de sueño? ¿De la corrupción de Abrahel? ¿De la abstinencia de su adicción? Ni Iranion ni Bheril tenían los conocimientos suficientes para poder analizar aquellos síntomas y ahora aquella que podía ayudarles, se revelaba inalcanzable. Necesitaban un sacerdote que no fuera la misma Celebrinnir y los mejores en aquel campo rezaban sus devociones en el Alto Aldor, donde ella tenía prohibida la entrada y donde nadie querría brindarle ayuda después de lo sucedido. Tampoco en la Grada del Arúspice gozaba ahora de simpatías: al labrar su reputación entre los seguidores de la Luz tras la deserción de las filas del príncipe Kael´thas, sus compatriotas también le habían dado la espalda. Los soldados del Sol Devastado se habían trasladado a la Isla de QUel´danas tras la recuperación de la Fuente del Sol y no quedaba ninguno en Shattrat. No había nadie más a quien pudieran recurrir.

- Es la vida que yo elegí- había dicho ella, resignada.

No le dijeron nada de sus sospechas, ni siquiera de la presencia que detectaban en ella. No querían alarmarla, ya había sufrido suficiente, y preferían primero que alguien con más autoridad y capacidades en aquel campo investigase su caso. De este modo mientras Bheril entretenía a la convaleciente con historias, bromas y tazas de té de las islas, Iranion agotaba todas las posibilidades en su mente en la frenética búsqueda de alguien que pudiera ayudarles.

Y de este modo había acabado recordando a Rodrith Albagrana.

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