El camino al infierno X

domingo, 10 de abril de 2011

Bosque de Terokkar:

La noche estaba cayendo sobre el bosque, alargando las sombras de los pinos de maneras imposible. En las viejas ruinas, los refugiados se afanaban a encender sus precarios fuegos con los que pasar las horas más frías del crepúsculo. El olor a ardilla asada y a pastel de teropiñas ascendió de las ruinas una noche más en el Bosque.

Sin desmontar de su dracoleón, Bheril inspeccionó desde la altura la heterogénea mezcla de bandidos, contrabandistas, peregrinos y mendigos. La vida de la pequeña comunidad parecía disfrutar de una paz muy relativa, dada la formación de pequeños grupos raciales que rodeaban sus hogueras sin admitir entre sus filas a miembros de otras especies. Olía ardilla, sí, y a pastel de teropiña, pero también a orín, a humanidad y a otras muchas cosas de lo más escatológicas. Iranion posó su montura silenciosamente a su lado. Parecía demacrado, pero mantenía su gesto hierático como si se tratara de una escultura de alabastro.

- Nada en el perímetro- dijo con voz queda- Voy a sobrevolar las formaciones montañosas al norte.

Y sin más, alzó el vuelo de nuevo. Bheril se encogió de hombros y se dirigió al grupo de tábidos más cercano, que se apretaron más unos contra otros y dirigieron al sin´dorei miradas cargadas de temor.

- ¡Eh! Necesito información- saludó, mostrando las manos desarmadas, todavía montado en su dracoleón. Y añadió- Y la puedo pagar.

Aquella afirmación no pareció impresionar a los tábidos, pero Bheril no se iba a dejar defraudar tan pronto. Habló lentamente para asegurarse de que le entendían.

- Estoy buscando a una elfa de sangre- dijo - Iba montada en un talbuk, pero lo hemos encontrado abandonado por aquí. Tiene el pelo rojo, la elfa, digo.

Como toda respuesta, los tábidos cerraron filas ofreciéndole una perfecta perspectiva de sus espaldas combadas. Bheril arqueó una ceja.

- ¿Tengo que pensar que la habéis secuestrado?

Esta vez ni se dignaron a mirarle y Bheril se preguntó cuantas veces habrían llegado hasta allí los borrachos de la ciudad para descargar su furia contra los desamparados. Resopló, parecía que si no conseguía ganarse su confianza, iba a tener dificil sacarles ninguna información. Iba a alzar de nuevo el vuelo para reunirse con Iranion cuando un movimiento percibido por el rabillo del ojo llamó su atención: se trataba de una criatura pequeña, al parecer humanoide pero de raza dificilmente clasificable, que estaba pasando entre dos chabolas y se había detenido a escuchar furtivamente. Al saberse descubierta, la criatura dio un respingo y se escabulló tras las chabolas.

Sin pensarlo, Bheril lanzó a su dracoléon en picado con un rugido, lo que provocó que la pequeña comunida de refugiados se dispersara de manera caótica entre gritos de alarma que entorpecían su vuelo bajo. Tuvo que admitir que la actuación no había sido la más apropiada, pero un movimiento empezado debía ejecutarse y no iba a poder detener la inercia. La gente estaba asustada y seguro que la criatura también, de modo que lo mejor sería cazarle primero y calmarle después. Tardó unos minutos en localizarle, cuando intentaba pasar de lo que parecía el subsuelo de una de las chabolas a otra cercana. En un parpadeo, su dracoleón se posó cortándole el paso y Bheril extendió el brazo para agarrarlo por la cintura. La criatura era pequeña y ligera, y aunque ágil, no se había esperado una presa desde arriba, de modo que cuando sintió la mano humana alzarle por los aires, pataleó y gruñó exaltado intentando liberarse.

Aunque no paraba de moverse, Bheril tuvo oportunidad para verlo más de cerca y descubrir que visto desde más proximidad, su aspecto resultaba todavía más curioso. Era, como había supuesto, claramente humanoide: dos brazos, dos piernas. Sin embargo la piel parecía algún tipo de corteza que engañaba a la vista: al tacto se asemejaba más bien al cuero. El bicho, a falta de un nombre mejor, siguió chillando y pataleando, ahora sentadoa la fuerza sobre el dracoleón. Bheril lo sujetaba con una mano mientras con la otra parecía buscar insistentemente algo en el interior de su faltriquera.

- Tranquilo, toma- dijo al fin tendiéndole una croqueta de pollo algo mohína pero todavía buena, confiando en que la comida le calmara.

Lejos de tranquilizarse, el bicho gritó de espanto, despreció la croqueta y trató de saltar al suelo con los ojos desorbitados: al parecer, los escasos metros que se había elevado eran una distancia insalvable para la criatura.

- Perdona, te he asustado, lo siento. - intentó congraciarse Bheril, frotándole la cabeza con la manaza como si fuera un perro- Si bajamos ¿Querrás hablar conmigo? Si es que sabes hablar.

El bicho dejó de gritar, pero su menudo cuerpo seguía presa de violentos temblores. Miró alternativamente con sus inmensos ojos dorados a Bheril y al suelo, al suelo y a Bheril. Allá, en el lecho de hierba oscura, la croqueta yacía despreciada. Bheril la miró un instante y a continuación, ya tranquilo, volvió a mirar al bicho y trató de rascarle la tripa.
Tomando el gesto por un ataque, la criatura intentó morder la mano cubierta de malla y maldijo en un idioma desconocido. Aquella insólita muestra de inteligencia hizo que una carcajada sacudiera lentamente el pecho del elfo de sangre, que comprendiendo, obligó a su montura a posarse sin soltar su presa en la criatura.

- Ea, ea, relájate.- le dijo mientras desmontaba, ignorando el odio genuino, casi felino, de aquellos inmensos ojos dorados.

Su intención era caminar un poco con la criatura en brazos, acariciándole la tripa y la cabeza hasta que se le pasara un poco el resentimiento, pero gesto en aquella extraña cara perruna y chata era de total y absoluta resignación. Por un momento estuvo tentado de llamarle "Iranion" pero la criatura se las arregló para poder mirarle a la cara.

- Y-y-ya es.. ya es... ya está bien ¿No?

Bheril le sonrió genuinamente. La voz de la criatura era extraña y su pronunciación todavía más extraña, pero pese a todo se le entendía.

- Perdona ¿Puedes decirme si has visto a una elfa?

Ante sus ojos, el bicho extendió la mano en el gesto universal de quien espera algo. Resignado, Bheril tendió esta vez una moneda y una croqueta esperando que al menos alguna de las dos cosas le aplacara. Totalmente decidida, la criatura tomó la moneda de oro y la mordió. En el ejercicio de aquella comprobación, Bheril pudo ver que tenía dientes, muchos. Y la marca de todos ellos estaba en el cuero que cubría la cota de su guantelete. Una vez satisfecha su curiosidad, la criatura guardó la moneda en algun pliegue escondido de su piel y le miró entrecerrando los ojos.

- M-muchos p-p-pellas largas po-por el po-poblado pasan.- decretó con su extraña voz y su extraño acento.

Dos monedas más pasaron de la mano de Bheril al escondite de la criatura, esta vez sin comprobación.

- ¿Y una de nariz respingona y vestida de viaje?- inquirió despacito y claro para hacerse entender- Montaba un talbuk. Quizá llevara el pelo cubierto, pero es pelirroja.

La criatura suspiró con resignación.

- Vi hem-hembra de pe-pelo rojo d-d-dos días hace.- dijo, e ilustró su cuenta extendiendo los cinco dedos de una mano inquietantemente humana.

Dos nuevas monedas.

- ¿Donde la viste?

- C-c-casa apartada, con na-na-na-nadie habló.

- ¿Puedes llevarme hasta ella?

En esta ocasión la criatura hizo el gesto universal de arquear una ceja aunque no tuviera cejas. Bheril le miró fijamente, con el gesto serio, esperando una respuesta, aunque el bicho estaba a todas luces esperando más monedas. No iba a tenerlas y Bheril estaba decidido a no darle ningún otro estímulo hasta que respondiera sí o no. Se miraron largamente sin ceder hasta que al fin la criatura suspiró con resignación y señaló hacia el suroeste y luego hizo un gesto muy evidente que indicaba su deseo de ser depositado en el suelo. Bheril sonrió, le tendió dos monedas más y lo dejó en tierra.

- Gracias, extraño ser.

Una vez en el suelo, la criatura se sacudió dignamente el polvo de su extraña piel de corteza.

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