El camino al infierno XII

lunes, 11 de abril de 2011

El fuego se había apagado en algún momento de la noche y ahora el malva del cielo de azufre parecía querer cruzar el umbral de la destartalada choza para engullirla. Agazapada en la oscuriodad, Celebrinnir golpeó de nuevo las piedras entre sí con manos temblorosas, desesperada por crear la llama que alejaba el sueño y los delirios.

- ¡Vamos! - susurró con la voz rota y reseca- ¡Vamos!

Añadió un nuevo puñado de ramitas que, previsoramente, había ido acumulando durante los días en el poblado y chasqueó de nuevo las piedras, pero le temblaban tanto las manos y le costaba tanto levantar los dos pedazos de roca que ninguna chispa prendió las ramas.

Necesitaba el fuego desesperadamente. Tras la visita del fantasma de Abrahel, los delirios habían ido en aumento: ahora la transformación onírica del mundo era tan persistente que ni siquiera a breves instantes podía ver ya la realidad, haciéndole dudar de si estaba realmente dormida o no. Lo único constante en su delirio como una parcela de cordura era la pequeña cabaña, oscura y maloliente, escondida en lo más recóndito del poblado, donde había construido su pequeño aunque precario fuerte contra el sueño.

Una de las piedras se le cayó de la mano, débil como estaba, y tanteó en el suelo para encontrarla. Las manos le dolían, también los brazos, y ni siquiera los muslos se habían salvado de los cortes para rechazar el sueño. No sabía cuando había comido por última vez porque era incapaz de levantarse y avanzar más de dos pasos antes de caer de nuevo al suelo. No quería arriesgarse a quedar inconsciente tras un golpe, no podía permitirlo después de la tortura de privarse del sueño. Se le había acabado el agua y no tenía fuerzas para ir al lago, y ahora sentía la garganta seca y cada vez que hablaba, aunque fuera para sí, era como se le clavaran decenas de agujas en la carne. Estaba débil, sin comida, sin agua y con aquel remanente de ansia que después de tantos días aún no había desaparecido. Al contrario, desde el fantasma de Abrahel, no había hecho más que acrecentarse. Encontró la piedra, la alzó con dificultad y la piedra se fundió ante sus ojos y se derramó en tierra. Sacudió la cabeza y la piedra volvió a estar entera en su mano.

De pronto, una silueta se recortó contra el malva delirante del cielo en el umbral y Celebrinnir se encogió como si hubiera recibido un golpe.

"Otra vez no" imploró para sí "por favor, otra vez no"

Se agazapó todavía más, inclinada sobre la hoguera apagada como una bestia ansiosa. Contuvo el aliento, rogando en vano que no la hubiera visto. Una segunda silueta cubrió parte del umbral.

- ¿Niré?- fue apenas un susurro, pero tuvo que reprimir un gañido.

Por fin habían acudido los fantasmas que más temía, aquellos contra los que no podría sino claudicar. Sacudió la cabeza para deshacer el delirio, aspiró con fuerza y afianzó las piedras en sus manos. Las entrechocó de nuevo: brotaron un par de chispas, pero ninguna prendió.

- Vamos...- graznó en voz baja- Por favor... por favor...

En sus manos, las piedras pesaban como mundos.

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