El camino al infierno VI

jueves, 7 de abril de 2011

Desde la ladera, Shattrath parecía una joya engastada en el verde oscuro y gris del Bosque de Terokkar, con sus gradas y sus luces etéreas brotando del centro de la ciudad como una antorcha blanca hacia el cielo desgarrado de Terrallende. Montada a lomos de un talbuk viejo y cansado, Celebrinnir contempló la ciudad desde la cima de una de las colinas que bordeaban la ciudad y suspiró. Todavía podía recordar, como si fuera ayer, el día que llegaron siguiendo a Voren´thal y se les permitió quedarse en la ciudad. Recordaba los largos meses en que había penado y luchado por obtener el reconocimiento de los Aldor como una Elegida, vencer el odio profundo de los draenei hacia su raza, demostrar que también ella estaba tocada por la Luz... Había recorrido el Bancal de la Luz tantas veces que no podía recordarlas todas. Se había arrodillado ante A´dal y escuchado las evocaciones de Almonen junto a sus compañeros de lucha, los hermanos del Sol Devastado.

Sintió el ardor en las muñecas y una intensa sensación de náusea antes de darse cuenta de que los cortes se estaban cerrando ante sus ojos. Jadeó a causa del dolor y de un malestar creciente que comenzó a hacer presa en ella y se ovilló todavía más sobre sí misma, apretando los dientes, como una bestiezuela herida y asustada.

- Solo era cuestión de tiempo.- espetó una voz desde la entrada.

Alzó la mirada bruscamente y sus ojos se encontraron con la figura ricamente vestida de Kuu, mano derecha de la Suma Sacerdotisa del Culto. Llevaba todavía la toga de la liturgia en el Alto Aldor, lo cual no hacía más que ensalzar todavía más su posición entre los más elevados miembros del Culto y consejeros de Ishanna. En el anguloso rostro de la draenei los labios estaban fruncidos en una línea recta con severidad y sus ojos de luz destellaban con una resolución helada no exenta de satisfacción. En sus dedos se demoraban aún algunos girones de la luz curativa que le había impuesto para cerrarle los cortes de las muñecas.

- Lo sabíamos, todos nosotros - continuó la consejera, bordeando con paso leve el charco de agua y sangre que había invadido poco a poco la sala. Sus ojos destilaban un desprecio reservado únicamente a los engendros más oscuros de Karabor y en su voz se aunaban la satisfacción y el asco.- Era solo cuestión de tiempo que uno de vosotros desvelara lo que sois en realidad.

Celebrinnir se sentía congelada en el sitio, así desnuda y encogida como estaba, expuesta en su vergüenza. Sus inmensos ojos de corzo siguieron la figura de la draenei, incapaz siquiera de parpadear. Su mente no era capaz de abarcar todas las implicaciones de la presencia de Kuu. Los pasos de la sacerdotisa se detuvieron frente a ella, a una distancia suficiente como para dejar claro su desprecio.

- Serpiente ladina y traicionera, como toda tu especie- espetó la draenei, erguida frente a ella con una autoridad innegable- Puedo oler tu corrupción desde la más alta torre de esta ciudad. Y no satisfecha con profanar la sagrada confianza que depositamos en tí, vienes y mancillas nuestro santuario con tu sangre infecta.- hizo un gesto señalando el sangriento charco a sus pies.

- No sé qué es más aberrante en realidad: si que hayas convertido en una ramera de la Legión o que hayas tenido la osadía de volver aquí, a sabiendas de lo que eres y has hecho, y profanes con un solo gesto la confianza, el honor y el Santuario que te acogió como una más gracias a tus mentiras.


Estremeciéndose, Celebrinnir apretó las riendas de su montura en sus manos hasta que se le clavaron en la carne. Había escuchado las palabras de Kuu como si fueran golpes. Realmente no le había dicho nada que no se hubiera dicho a sí misma, pero oírlo de labios de otra persona, oírlo formulado en voz alta lo hacía todavía más aterrador. Había fallado a todo el mundo, a todos. No se le escapaba la evidente satisfacción de Kuu ante su caída. La sacerdotisa draenei había sido uno de los bastiones más firmes en el Alto Aldor contra la inclusión de cualquier otra raza y principalmente a los sin´dorei en su ciudad sagrada. Su animadversión hacia ella misma había sido más que patente, aunque siempre había respetado en apariencia los decretos de Ishanna. Había aguardado pacientemente lo que ella siempre había considerado algo inevitable y ahora por fin le había dado la excusa perfecta.

"Vuelve con tu amo o mátate si lo prefieres, pero no oses jamás volver a poner un pie en la Ciudad de la Luz para mancillarala con tu sangre impura. Te ofrecimos nuestra ayuda y tú nos traicionaste, no eres digna siquiera de las palabras que te dirijo. Celebrinnir Lerathien, por el poder que me confiere mi rango y en nombre de la Suma Sacerdotisa Ishanna, que habla por los Sha´tar, quedas desterrada de Shattrath hasta tu muerte."

Desterrada.
No había tenido tiempo de coger más que algo de ropa en un hatillo improvisado, y cuando por fin había salido de sus aposentos, había encontrado dos guardias aldor esperándola. No dijeron nada, sus miradas tampoco delataron que tuvieran conocimiento de las circustancias, pero se vio escoltada férreamente durante su descenso al Bajo Arrabal por un camino que evitaba cruzar el Bancal de la Luz. Era un camino desierto por el que no se cruzaron con nadie, cosa que agradeció, y cuando por fin llegaron a los arrabales de la ciudad, los guardias le señalaron que tomara su montura y abandonara la ciudad bajo pena de muerte.

Ahora, erguida y temblorosa en lo alto de la loma, contempló la Ciudad de la Luz por última vez. Su pensamiento estaba completamente centrado en donde poder morir con traquilidad, lejos de las miradas de los peregrinos y aventureros que cruzaban el bosque, allá donde no Iranion y Bheril no pudieran encontrarla jamás y saber de su pecado y su culpa. Tal vez podría refugiarse en las montañas que separaban el bosque de la Marisma de Zangar, o incluso atravesar el yermo que era el Vertedero de Huesos hasta el confín del mundo. Tal vez pudiera caminar lentamente hasta el borde y caer eternamente en el Vacío Abisal...

Con un suspiro dirigió una última mirada al que había sido su hogar durante la última década, allí ya no había sitio para ella, no lo había en ningún lugar. Espoleó a su montura y se internó en el bosque para buscar un buen lugar en el que morir.

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