El camino al infierno IV

martes, 5 de abril de 2011

La energía era ambrosía corriendo por sus venas, sumiéndola en un éxtasis como jamás había conocido, llevándola más allá de fronteras que jamás había creído que existieran, se había llevado el dolor y la ignominia, la había henchido de poder, de conocimiento, la había completado...

El aroma de Aelaith la embargaba, impeliéndola siempre más allá. Dejó que la desnudara con manos habiles, sintiendo su aliento cálido en el cuello, su cuerpo acosando, encendiendo su hambre y saciándola, haciéndole caer en una espiral de deseo de la que no deseaba escapar. Dejó que recorriera su cuerpo con las manos, con la lengua y con los dientes, se arqueó bajo su peso y la recibió en su interior con una devoción que no sabía que podía albergar. No le importaba la roca desnuda bajo su cuerpo, solo deseaba sentir sus manos, su piel tersa y aspirar su olor mientras el placer y la energía la llevaran hasta la muerte. No podía parar, ni hubiera querido hacerlo de haber podido. El placer era tan intenso, tan infinito, que no existía otra realidad más allá del cuerpo de Aelaith, de la energía que emanaba de ella, del sabor de sus labios y el tacto de su piel.

"No le digas a nadie que te has dejado follar por un demonio."

No se había detenido, aquellas palabras apenas habían despertado un eco en su mente que se había visto engullido por las oleadas de placer. Nada importaba mientras siguiera pudiendo beber de Aelaith, besar sus pezones oscuros, sentirla en su interior con aquella intensidad. La voz de Eelin retumbaba en las paredes de roca y podía verla danzar a su alrededor con los brazos en alto, canturreando aquella melodía hipnótica que la estremecía y acrecentaba su ansia. Había tendido los brazos hacia ella mientras sentía a Aelaith devorándola, había rodeado su cuello y besado sus labios, había deseado beber de ella también, dejar que la consumieran entre las dos, como si no importara que todo acabara allí. Oh, y hubiera sido tan dichosa si todo acabara allí...

Sintió a Aelaith retirarse de su cuerpo y gimió deseándola más, como si le estuvieran arrebatando un premio largamente ansiado. Los labios de Eelin volaron a su encuentro para consolarla y esta vez fueron sus manos las que la recorrieron con un tacto diferente, más sutil pero igualmente sensual, elevándola a nuevas cotas de un placer no exento de ternura. Sintió las manos de Aelaith separándole con fuerza las rodillas, pero aquella rudeza no hizo sino enardecer su deseo en el contraste del tacto amable de Eelin. Aelaith entró en ella entonces, con una fuerza que le arrebató el aliento y le hizo gritar, pero su cuerpo se contorsionó para encontrarla, como si el dolor no fuera más que otro matiz de aquel placer brutal y primario que la arrastraba.

- Eelin, dale la vuelta

Se volvió languidament por sí misma, retorciéndose con una languidez felina y con la mente embotada por el placer y la energía. Sintió el tacto frío y afilado de una daga apoyarse en su espalda, pero no como hubiera esperado de algún tipo de perversión sensual. El gesto había sido carente de cualquier emoción, casi con automatismo. El placer y la lasitud se esfumaron de pronto.

- ¿¡Qué...!?- se revolvió, tratando de librarse del abrazo de Eelin, pero la presa era fuerte y sentía el cuchillo presionando contra su columna.

"No le digas a nadie que te has dejado follar por un demonio."

Las palabras de Aelaith parecieron despertar en su conciencia y su corazón se disparó, presa del terror más absoluto, abocado a un abismo infinito. Un demonio, un engendro de la Legión Ardiente, un fiel sirviente de Sargeras, la encarnación del mal y de la sombra. Había yacido con ella y había sentido como se introducía en su interior, había deslizado su lengua infame por cada recodo de su cuerpo y ella había sondeado ávidamente buscando su energía, energía vil pura, se había regodeado en ella, la había ansiado más... ¡Belore! ¡Oh Luz!

"Que me maten" rogaba desesperada para sí, incapaz de asumir en toda su magnitud la aberración que acababa de tener lugar, la que ella misma había propiciado en su debilidad "Por favor, por Belore, que me maten"

Su cuerpo se rebeló y arañó y mordió con fuerza con la esperanza de que el demonio y su secuaz reaccionaran con violencia. Su mente amenazaba con romperse bajo el peso de su condena, cientos de voces gritaban en su interior, las voces torturadas de su estirpe siendo engullidas por el vacío abisal maldiciéndola por lo que había hecho. Lo que había hecho... La presa de Eelin se hizo más firme, inmovilizándola contra el suelo. Aleaith se sentó a horcajadas sobre ella, sin cuidado.

- Deja de moverte.- espetó- Si te mueves tanto, tendré que clavarte la hoja de verdad.

La invitación era irrechazable, pero con el aberrante cuerpo de Aelaith sobre ella y la presa de Eelin no pudo siquiera agitarse.

- ¿Sabes, Niré? - susurró Aelaith inclinándose sobre su oído de pronto fría y ajena, con una voz desprovista de cualquier emoción más allá de la malicia y de una diversión infame. Ahora su aliento cálido en el cuello hacía que quisiera arrancarse la piel a tiras y morir- todo esto es culpa de Iranion.

Iranion.
Comprendió, en el instante en que aquel nombre se filtró en la cacofonía de su mente, que no iban a matarla. Aquella certeza se deslizó en su corazón como un veneno que la condenaba a vivir con su crimen, convertida en un instrumento para herirle. La daga comenzó a trazar surcos en su piel y apretó los dientes mientras silenciosas lágrimas de ignominia e impotencia se derramaban por su rostro y caían sobre la roca desnuda del suelo. La sangre trazaba senderos cálidos por su espalda mientras oía la despreocupada voz de Aelaith sobre ella.

- Él era un gusano, una larva. Un débil. - siguió explicando mientras se aplicaba en su caligrafía- Y tú no eres mucho mejor, por lo que veo. Chica, qué decepción...

Dio unos últimos retoques con la daga en las heridas con un gesto teatral de niña aplicada y sonrió, apartándose un tanto para contemplar el efecto de su obra. Cabeceó satisfecha y se inclinó una última vez sobre Celebrinnir, que incluso ahora sin su peso encima seguía inmóvil, con la vista fija en la nada, como si su mente estuviera a mil mundos de distancia.

- No olvides que todo esto es culpa suya ¿de acuerdo?- sonrió y asintió para sí- Buena chica.

Olvidándose por completo de aquel juguete ya desmañado, Aelaith se incorporó y recogió la ropa que había desperdigado por los alrededores en su decepcionante revolcón. Recogió su espada y se la colgó al hombro sin dedicar ni una mirada a la figura inmóvil del suelo.

Eelin lanzó una última mirada a la elfa de cabello encendido, como si sintiera cierta lástima por ella.

- Vamos, Eelin, iremos al bosque.- canturreó Aelaith mientras se alejaba por el corredor de roca hacia la salida.

Olvidando también a la muchacha, enseguida trotó tras ella como un cervatillo tras su madre.

- ¿Al bosque?- inquirió con un deje de alborozo infantil

- Sí, con los pajaritos y los animalitos, como a tí te gusta...

El eco de sus voces y sus pasos rebotó en las paredes de roca mucho después de que se marcharan y acabó por desvanecerse.

Celebrinnir permanecía allí, inmóvil. Su mente aullaba por no sentir, por no existir siquiera. Poco a poco su cuerpo se ovilló involuntariamente como si quisiera desaparecer, las rodillas se flexionaron y se recogieron contra el pecho. Tenía los ojos abiertos fijos en su tormento interior, y enterró el rostro contra las rodillas mientras la sangre de sus heridas seguía trazando pequeños meandros en el suelo de roca.

La oscuridad llegó compasivamente y no sintió más dolor.

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