El camino al infierno VIII

viernes, 8 de abril de 2011

Abrió los ojos al sentir la hierba húmeda bajo sus pies descalzos. Se encontraba en una amplia avenida ajardinada y sembrada de altas esculturas de oro. Tardó un instante en orientarse, pero entonces reconoció las cúpulas semi derruidas que despuntaban bordeando la avenida y comprendió que se encontraba en las ruinas de Lunargenta. Sobre ella, el cielo azul cobalto casi resplandecía en toda su intensidad y suspiró. Al dar un primer paso, oyó el siseo de la seda y al mirar hacia abajo, se encontró ricamente vestida con una elegante toga escarlata que se ceñía a su busto y se derramaba desde sus caderas como una cascada de sangre. Ella jamás había tenido ninguna prenda tan suntuosa.

"De modo que estoy soñando" se dijo girando sobre sí misma admirando la riqueza de su vestido.

Miró a su alrededor, se encontraba en la parte destruida de la ciudad pero las labores de reconstrucción parecían haber avanzado a pasos agigantados. Caminó por la hierba fresca de los jardines inspirando el aire puro de Canción Eterna. Había paseado por aquellos mismos jardines en compañía de su ama cuando era solo una niña, absorta en la lectura de alguno de los manuscritos de la biblioteca de su padre. Recordaba el placer que le proporcionaba el cosquilleo del sol en su piel y lo reconfortante de su calor, como una caricia. Sus pasos la llevaron a la torcida estatua de La Arquera, ya bien encajada en su pedestal. Acarició el metal dorado con las manos y giró entorno a la espigada pierna embotada como si fuera una chiquilla. Quiso entonces volver a ver el hogar de su familia, la Casa Lerathien, y comprobar si las labores de reconstrucción de sus sueños le permitían volver a ver sus pasillos cubiertos de tapices y la sobria biblioteca.

Se alejó con paso tranquilo, escuchando el susurro de su vestido contra la hierba. Las ruinas estaban desiertas y tranquilas, y se respiraba en ellas una paz como hacía tiempo que no recordaba. Pasó junto a los edificios en distintos niveles de reconstrucción. Reconoció la Casa de Baños y la Contaduría, aunque solo fueran una sombra de lo que en su día representaron. Dejaba atrás las amplias avenidas de las zonas pudientes de la ciudad cuando empezó a llover. Las gotas cayeron del cielo con suavidad y alzó el rostro para recibirlas con genuino alborozo: siempre le había gustado la lluvia, el olor de la tierra mojada, tan generosa...

Sus pasos al fin la llevaron frente a la entrada adoquinada de la Casa Lerathien: el recuerdo había sido generoso con ella y se alzaba apenas mancillada en su discreto rincón de los jardines. Dos maceteros vacíos flanqueaban la puerta de roble, que no estaba cerrada. Miró una última vez la fachada que tan bien conocía y entró. Dentro reinaba una acogedora penumbra, tan solo aliviada por la empañada claridad que se filtraba por las ventanas del recibidor. Frente a ella se alzaban las amplias escaleras que llevaban al piso superior, donde había aguardado la noche del compromiso entre Iranion y Nevena. La noche en que Bheril le había regalado el primer baile de su vida...

Como un invitado furtivo, el sonido titilante de un violín llegó oscilando desde la sala de baile.

Primero fue solo un susurro, apenas el eco de una melodía triste, un canto a la soledad de aquella casa abandonada. Una poderosa sensación de pérdida hizo presa en ella, trepando desde sus rodillas y descendiendo por sus brazos y su cuerpo estremecido osciló y se cimbreó como un junco bajo la caricia del viento. Uno de sus brazos se extendió como un ala tratando de alcanzar los recuerdos del pasado, desplegando la cascada de sangre que era su amplia manga, y giró sobre sí misma, acompañando el triste soliloquio de la melodía como si fuera una manifestación física de sus propias emociones. Un paso, otro, punteando los acordes del violín, e impulsada por aquella música fantasmal comenzó a bailar mientras avanzaba a través de las arcadas en dirección al salón, como si en su carrera pudiera alcanzar los recuerdos huidizos que se le escapaban entre los dedos.
La voz de su hermana se entrelazaba con el eco del violín como si llegara de un lugar muy lejano, incitándola a correr por los pasillos desiertos en su busca.

"¡Nienna! ¡Nienna!"

Casi podía oír las melodías de los músicos acompañando al solitario violín y el tintineo de las copas, y el genuino alborozo que la había embargado mientras giraba inocentemente entre los brazos de Bheril. Sus pies descalzos trazaron sendas en el suelo desnudo mientras las baldosas, tan pulidas como cuando era niña, le devolvían el reflejo de su toga encarnada desplegándose como una rosa de sangre floreciendo y marchitándose en cada giro. Otro violín entró acariciando la primera melodía y osciló entre ambas escondiendo la cabeza entre las alas, derramando la cola de su vestido por la solitaria galería.
Los violines se volvieron más consistentes, su sonido más nítido acompañando sus movimientos cuando entró por fin en el salón de baile y extendió los brazos con ligereza, abriéndolos como las alas de un cisne. La melodía allí mutó para recibirla, se cargó de de una alegría rabiosa que llenó su pecho con la dicha de un día de verano entre los juncos.

Uno a uno los recuerdos se entrelazaron con la senda de los violines mientras ella giraba y pugnaba por alcanzarlos todos. El cabello dorado de Nevena, los ojos de rubí de Leriel, la dulzura de su ama, la presencia absoluta de su padre... Todos ellos acudieron invocados por los violines por su propia voluntad. Un recuerdo furtivo se filtró hasta ella, como un eco transportado por el viento, escurriéndose entre el diálogo de los violines, llamándola. Fluyó con su danza como una hoja arrastrada por la corriente, etérea y temblorosa, besando sus pies el suelo desnudo con pasos delicados. Abandonó el salón de baile con sus recuerdos en pos de aquel nuevo tesoro, acompañada por los violines a través de la galería que llevaba al jardín. Las cristaleras allí estaban rotas y hojas otoñales caían lentamente a sus pies según pasaba. No importaba que en Quel´thalas jamás fuera otoño, el sol del crepúsculo empañado por aquella lluvia bendita proyectaba extrañas figuras en el suelo de adoquines, extraños bailarines de colores que se enredaron en sus pasos y acunaban las hojas casi con mimo mientras la melodía de los violines se volvía más y más débil según se alejaba, hechizada por el recuerdo.

Cuando sus pasos la llevaron a la arcada del jardín, los violines eran tan débiles que ella misma había empezado a tararear la melodía. Contempló con nostalgia los árboles de blanca corteza que adornaban aquel espacio, con las ramas cargadas de hojas doradas que también cubrían el suelo. Los muros del jardín se alzaban impolutos y silenciosos, mudos testigos, rodeando como pétalos la pérgola de alabastro que sus antepasados habían mandado construir en el exterior. Se detuvo para contemplarla con más atención: el tiempo con ella había sido menos clemente y las hiedras casi habían ocultado por completo las columnas de alabastro y se afanaban sobre su cúpula. Siempre había adorado aquel rincón secreto de la casa, aquel íntimo misticismo que exhalaba como un perfume. Inclinó la cabeza como una avecilla curiosa dejando que su cabello se derramara sobre su hombro como cobre batido y dio un paso abandonando el refugio de la galería.

La hierba húmeda la recibió como una caricia y la lluvia se derramó sobre ella, dulce y suave cual beso. No corrió para refugiarse, se contenía por no correr hasta él como una chiquilla que intenta comportarse dignamente en presencia de sus mayores y caminó pausadamente arrastrando la roja cola de su vestido por la hierba verde del jardín. Cuando sus pies por fin alcanzaron el alabastro de la pérgola y entró a la sombra de su cúpula, las últimas notas de los violines estallaron como burbujas de jabón y desaparecieron, pero su eco permaneció todavía entre los blancos muros, expectante. Había jugado de niña entre las numerosas esculturas, recitando uno a uno el nombre de todos sus antepasados, recorriendo con sus dedos infantiles los regios perfiles de los bustos. Había aprendido a leer en las inscripciones de cada escultura, bebiendo así desde la más tierna infancia el reconocimiento a la erudición y el respeto que sus antepasados habían labrado para la familia.

Celebrinnir miró a su alrededor conteniendo el aliento como si temiera ahuyentar a los recuerdos con el sonido de su respiración. Los muros estaban todavía intactos pero parte de la cúpula se había derrumbado y las gruesas piedras blancas se amontonaban ahora bajo aquel inmenso ojo abierto al cielo por el que ahora entraba la lluvia. No había muebles en la sala como antaño, ni tampoco las esculturas de sus ancestros que habían velado allí por la familia durante siglos. Ahora, en el silencio de los violines tan solo se escuchaba el repiqueteo del agua en las baldosas, pero el sol del crepúsculo asomó tímidamente entre las nubes y se derramó por el ojo de la cúpula hasta el montón de piedra blanca que yacía debajo cortando la oscuridad como un grueso cuchillo de luz.

Deseando sentir la textura de aquella luz tan pura en su piel, avanzó casi con reverencia hasta los escombros y deslizó una mano dentro del cono de luz. El cosquilleo del beso de Belore la hizo estremecer y se encontró de pronto encaramándose a los escombros, rojo sobre blanco, y acomodándose insospechadamente sobre las piedras bajo aquella cascada de resplandor. Se recostó contra un grueso pedazo de alabastro dejando que la falda de su vestido se derramara sobre las piedras como una cascada de sangre y suspiró, sobrecogida por la sensación de pérdida y de soledad que ahora caía sobre ella con toda su fuerza. Cerró los ojos, buscando el consuelo en el resplandor que pese a todo atravesaba sus párpados, y permaneció así, inmóvil, acompañada únicamente por el repiqueteo de las últimas gotas de lluvia en el mármol de la pérgola.

El tiempo pasó lentamente. Poco a poco la luz del sol fue desvaneciéndose y cediendo su lugar a la fresca oscuridad del crepúsculo. La quietud era absoluta y su tranquilidad no conocía límites. Si al menos no estuviera tan sola...

"Niré" la voz de Iranion fue solo un susurro y sintió un aleteo en su corazón.

Abrió los ojos y le vio allí, recortado contra la oscuridad del crepúsculo, erguido y firme como siempre, con el cabello blanco pulcramente recogido y sus ojos fijos en ella, solo en ella, con el ceño ligeramente fruncido por la preocupación.

- Iranion- sus labios se curvaron en una sonrisa tranquila.

Un susurro llamó su atención a la derecha de donde se encontraba el elfo y se volvió hacia allí. No tuvo tiempo de gritar, su cuerpo reaccionó con tanta rapidez que se vio de pronto parapetada tras los escombros, apretando la roca desnuda con las manos y con la vista clavada en la figura encapuchada que aguardaba plácidamente del otro lado.

- ¡Tú!- escupió con desprecio, aunque su cuerpo entero temblaba de pavor.

Aelaith, sin cambiar un ápice su postura, alzó el rostro y sus ojos verdes destellaron en el fondo de la capucha.

- Tranquila- dijo Iranion haciendo un gesto para que se acercara.

La serenidad de su voz era un bálsamo contra la angustia que empezaba a hacer presa en Celebrinnir. La joven se apartó de las rocas y retrocedió hasta Iranion, que la rodeó con un brazo protector contra sí. Nunca había estado tan cerca de él y la solidez de su presencia se le antojó un refugio como jamás conociera. Un poco más allá, Aelaith esbozó una sonrisa en la sombra de su capucha sin apartar la mirada de los dos sin´dorei. La joven se tensó y el brazo de Iranion se cerró todavía más sobre ella, protector.

- Tranquila, Niré- dijo en su oído- He venido a ayudarte.

Celebrinnir negó vehemente con la cabeza sin poder apartar la mirada de los ojos verdes de Aelaith. Aquellas piedras viles resplandecían con tanta fuerza que traían a su mente los recuerdos de la gruta como si todavía estuviera viviendo aquella angustia. Recordó las palabras grabadas a cuchillo en su espalda y se estremeció. Iranion no debía ver nunca aquellas marcas, no debía saber nunca lo que había sucedido.

- No, Iranion - dijo sin bajar la voz, liberándose de su abrazo y alejándose, retrocediendo- Es... es una trampa, tienes que alejarte de aquí, de ella...

Se detuvo a unos pasos de Iranion, mirándole fanáticamente a los ojos. También a él le brillaban con inusitada fuerza, así como las marcas viles de su rostro. Había visto aquello mismo en la sesión de hipnosis y ya no le tenía miedo. Tenía que conseguir que él se marchara, aunque solo fuera un sueño.

- Yo... no necesito ayuda, Iranion. - mintió, tratando de convencerse más a si misma que a ningún otro- Márchate.

Los ojos de Iranion se entrecerraron levemente, acusando el golpe con dignidad pero evidenciando sutilmente el daño que le hacían estas palabras. La miró sin entender, sus ojos le pedían que recapacitara.

- Tú no debías estar aquí, pero estás. No puedes pedir que me desentienda. Eres mi familia. Y ahora somos hermanos de sangre...

Celebrinnir se encogió sobre sí misma. Aquellas palabras la herían más que cualquier cuchillo. Iranion, tan lejano como inalcanzable, que rehuía el contacto y la cercanía, que mantenía su fachada de dignidad como su bastión más poderoso, como si así no pudiera atisbarse ni un ápice de su sufrimiento... Iranion, que ahora la miraba con aquella preocupación y le pedía que le dejara acercarse justo cuanto más lejos debía mantenerse de ella. La sola idea de que pudiera descubrir cómo le había fallado, que llegara a despreciarla... Y la llamaba familia.

- Familia- se oyó repetir, y una sonrisa triste asomó a sus labios- Siempre fuiste tan lejano... ¿Por qué no puedes seguir siéndolo?

Maldijo el matiz de súplica que tiñó su voz en aquellas palabras, revelando así su debilidad. Iranion avanzó un paso.

- Las cosas han cambiado. Ahora estamos unidos, Niré - inquirió, mirándola intensamente- ¿Por qué quieres enfrentarte a esto sola?

Celebrinnir tragó saliva dolorosamente. Deseaba ir con él, refugiarse en sus brazos y rendirse a sus palabras, pero se obligó a alejar aquel pensamiento de su mente. En el momento en que supiera lo que había sucedido la alejaría de su lado, o peor, cargaría con ella como si fuera una corona de espinas.

- Porque esto me lo hice yo sola - respondió con toda la firmeza que pudo reunir.

"Celebrinnir Lerathien"

La voz de Aelaith le llegó suave y dulce como la voz de una madre calmando a su criatura. Rígida en el sitio como estaba, desvío un instante la frenética mirada hacia aquel engendro que se había acercado unos pasos casi hasta llegar a Iranion. Vio que sus labios no se movían, pero sus palabras resonaban en el interior de la pérgola ¿O era en su cabeza? Iranion mantenía la mirada fija en ella, los ojos destellando en el fuego jade del vil, y las runas dibujándose en trazos perfectos, glaucos y brillantes sobre su piel

"Quise aprender de vosotros, los vivos..." continuó la voz de Aelaith, su presencia cobró fuerza, como si estuviera dentro y fuera del sueño, como si ella fuera el tejido mismo del sueño.


"... y aprendí que el mundo en que vivís está lleno de horror, de miedo y de soledad. En los templos de Belore y la Luz hablan de amor y entrega... pero la realidad es... que al caer la noche te acuestas sola y sabes que estás sola, tu mundo está vacío, y por más que intentas llenarlo... siempre es en vano"
.

Celebrinnir apretó los puños con fuerza. No quería escuchar aquellas palabras pero la voz de Aelaith venía de todas partes, decía tantas verdades... Las lágrimas se agolparon en sus ojos, pero luchó para que no se derramaran.

- Es mi vida... mi elección - se obligó a decir, sin atreverse a levantar la vista y que pudieran ver sus lágrimas de humillación, pero la voz que brotó de sus labios era pequeña y débil, como si no creyera realmente las palabras que pronunciaba- Si estoy sola, no puedo hacer daño a nadie, a nadie... Y nadie puede herirme a mí.

Podía sentir las miradas de ambos fijas en ella, persistentes, eternas...

- No lo empeores...- dijo Iranion- Déjame ayudarte, Niré. Todas las heridas sanan.

Al oír aquellas palabras alzó el rostro con rabia. Iranion y Aelaith permanecían uno junto al otro y la observaban con una paciencia infinita. A despecho de su esfuerzo, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas cuando habló.

- ¿Sanan? ¿Cómo las tuyas?- espetó, e hizo un gesto con el mentón señalando las runas verdes en la piel marmórea.- ¿Ayudarme tú, que vienes con ella?

Iranion asintió lentamente.

- Sí, Niré.

"Ahora mismo estás en un cruce de caminos" resonó de nuevo la voz de Aelaith, serena y absoluta "Tus opciones no son muchas. Y sólo una lleva a la salvación."

Celebrinnir negó vehemente con la cabeza, cerró los ojos y se masajeó las sienes con fuerza. Si aquello era un sueño, quería despertar, tenía que hacerlo.

- No quiero este sueño, no lo quiero, no lo quiero - se dijo frenéticamente, más para sí que para nadie más.

"Sí que quieres" la voz de Aelaith en su mente era sosegada, tan teñida de lástima... "Puedes acabar con tu vida, y ahora que me llevas en tu sangre... al hacerlo, tu alma pasará a ser mía. Luchar contra esto es vano, Niré. Devora todos tus esfuerzos, te daña a ti y daña a los que amas. "

- No- negó sin abrir los ojos, y puesto que la voz la traicionaba repitió con más fuerza - ¡No!

"Puedes decidir vivir tu patética vida..." continuó Aelaith como sin prestar atención a sus palabras "sabiendo que estaré ahí, siempre. Continuamente. Acechando. Buscando la ocasión de utilizarte, de empuñarte como un arma contra aquellos a los que amaste alguna vez hasta que finalmente, mueras y tu alma sea mía."

- No seré tuya nunca - escupió con rabia- Nunca ¿me oyes?

La risilla de Aelaith rebotó como las aguas de un riachuelo en las paredes de la cúpula.

"Pero si ya lo eres... Y no es tan terrible como crees, cuando te acostumbres, podremos hacer las cosas bien, y será lo mejor para todos. Una madre... un padre... hermanos, hijos y una familia de verdad. No más miedo, no más soledad."

Retrocedió un paso, sintiendo que se ahogaba. El aire le faltaba y negó con la cabeza con movimientos tan frenéticos que bien podían demostrar que había perdido el juicio de súbito.

- Yo he elegido Niré...- Iranion avanzó hacia ella, tendiéndole las manos, conciliador. Un gesto de dolor se había dibujado en su otrora hierático rostro- ayúdame a enmendar esto.

Celebrinnir agitó los brazos ante ella, tratando de evitar que se acercara. Su mirada iba de Iranion a Aelaith y de Aelaith a Iranion y retrocedió temblorosa, todo su cuerpo vibraba. No soportaba la mirada de Iranion en ella, le traspasaba el corazón, le daba ganas de arrojarse entre sus brazos y cobijarse en ellos, pero sus palabras... las palabras de Aelaith... Tenía que salir de allí.

- ¡No!- gritó retrocediendo hacia las columnas- ¡Dejadme en paz!

Bajó los escalones casi a trompicones.

- ¡Dejadme en paz!

Salió corriendo apretando los dientes, sintiendo como la toga roja se le enredaba en las piernas a cada zancada, haciéndola tropezar. Tenía que alejarse cuanto antes de aquel lugar, despertar de aquella pesadilla, escapar de los dominios de Aelaith. Llovía con fuerza pero aquello no la detuvo, corrió con el corazón martilleándole el pecho y dejó atrás la galería con sus cristales rotos, atravesó como una exhalación el silencioso salón de baile y los pasillos ahora siniestros de la casa de su recuerdo. No sabía si la seguían pero no iba a detenerse a comprobarlo. Traspuso las puertas de la casa y miró frenéticamente alrededor ¿Donde ir? ¿Donde esconderse?

"La sangre nos une. No puedes escapar de ti misma" la voz de Aelaith retumbó en su cabeza.

- ¡Déjame en paz!- bramó, desesperada, y su voz se rompió por el miedo.

No tenía tiempo de pensar, salió corriendo de nuevo recogiendo la toga por encima de sus rodillas para que no la entorpeciera. La lluvia hizo que el cabello empapado se le pegara al rostro y pronto el agua se sumó a las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Corrió a través de las solitarias avenidas, lastimándose los pies descalzos en el pavimento mojado. Los edificios reconstruidos, mudos testigos de su angustia, flanqueaban los límites de su carrera recortando sus negras siluetas contra el cielo crepuscular.

Tropezó varias veces pero consiguió no caer, y el corazón le palpitaba dolorosamente en el pecho. Atravesó los jardines encharcados y dejó atrás la escultura de la Arquera. Empezaba a faltarle el aliento, pero no sabía si era por la carrera o por la angustia que le atenazaba el corazón.

- ¡Despierta, Niré, despierta!

Oscurecía deprisa y la lluvia era cada vez más intensa. Se internó en un parque que no reconocía pero que tenía un sendero trazado entre la hierba. Los árboles, bajos y retorcidos allí, parecían inclinar sus ramas hacia ella para atraparla. Le aterraba que le alcanzaran, pero le aterraba todavía más ceder a las palabras de Iranion, a su mirada... Un gemido ahogado brotaba de sus labios cada vez que lo pensaba. Despertar, solo necesitaba despertar... Tropezó con algo duro que le arrancó un grito de dolor y cayó estrepitosamente contra unos escalones de piedra. La piedra blanca le golpeó las costillas y las rodillas, arrebatándole el aire de los pulmones, y el dolor fue tan intenso que no tuvo fuerzas para ponerse en pie. Alzó la vista, aún cegada por el dolor, y su mirada se encontró en la entrada de un gran edifico con una inmensa puerta de madera bajo un soportal de piedra. Trató de ponerse en pie para subir los escalones que la separaban del soportal, pero el golpe en las rodillas le dolía demasiado y apenas pudo incorporarse. Se acercó renqueante bajo el refugio que le ofrecía la piedra y se ovilló allí, recogiendo las rodillas contra el pecho y rodeándolas con los brazos.

- No seré tuya, no seré tuya.- se repitió frenéticamente, apoyando la frente contra la madera de la puerta.- Quiero despertar...

El trueno respondió en la lejanía y un destello iluminó brevemente el firmamento. No se oía nada más que la fuerte lluvia cayendo sobre las ruinas de la ciudad. Su cuerpo comenzó a mecerse involuntariamente hacia adelante y hacia atrás.

- Vamos... despierta...

Los pasos tranquilos pero firmes sonaron a su lado, los hubiera reconocido en cualquier lugar. Se encogió sobre sí misma todavía más, apretó los ojos con fuerza.

- ¡Despierta!

Iranion se arrodilló junto a ella con delicadeza y le apartó con cuidado el cabello empapado del rostro. Celebrinnir se tensó dolorosamente sin abrir los ojos. De sus labios brotó una oración tan antigua como el tiempo.

- Luz Sagrada, fuente de toda virtud, ilumina mi senda en la oscura hora que me acecha.- oró con devoción- No me abandones aunque yo te deje, no me pierdas aunque yo me pierda.

- Niré...- La voz de Iranion estaba cargada de dolor.

El calor de su mano en el hombro era demasiado real, demasiado cercano. Sabía lo que debía costarle aquel contacto, aquella cercanía, sabía lo que estaba sufriendo. Apretó los puños y siguió rezando.

- Luz Sagrada, no me dejes aunque yo me deje. No me sueltes aunque yo me suelte. No me pierdas aunque yo me pierda...

- No hay otra respuesta, Niré- susurró Iranion en su oído con tanta suavidad como si fuera una niña asustada de la tormenta- Puedes dejar de sufrir, sé donde estás... Estás ahí por mi... déjame enmendarlo.

Apretando más los ojos para no verle, Celebrinnir negó a sus palabras. No era real, no era Iranion, solo era un sueño repitiéndole lo que ella quería oír...

- Podemos ser una familia de verdad.- Ah, cuanto dolor...- Soy tu hermano, Niré, no me dejes solo en esto.

Como si las palabras y el tacto de Iranion fueran un ariete tumbaron sus defensas, Celebrinnir bajó el rostro y sollozó en silencio. No soportaba el daño que le estaba haciendo, le partía el alma oírle a él suplicándole a ella.

- Lo siento tanto...- musitó mientras las lágrimas cálidas trazaban meandros en su piel.

Iranion tomó su rostro con delicadeza con ambas manos. El tacto de sus guantes era cálido y suave. Le secó las lágrimas del rostro con ternura pero ella no se atrevió a mirarle.

- Yo también lo siento, Niré - dijo con voz queda, ronca, exenta de aquella habitual modulación que cargaba todas sus palabras de desdén- Siento que tenga que ser así, no quiero que sufras, Niré.

No pudo evitarlo, oírle pronunciar su nombre con tanto cariño la estremecía por completo. Alzó los ojos para mirarle y la congoja que adivinó en aquellas pupilas resplandecientes le hizo sentir despreciable.

- Tú no lo entiendes- susurró amargamente.- Fue mi error, mío. Mi debilidad. Debo cargar con mi penitencia.

Iranion le alzó el rostro con suavidad. El cabello blanco, pulcramente trenzado, estaba empapado y se deslizaba como una cascada de pureza sobre la camisa. Sus ojos la miraron con una intensidad paternal.

- ¿Y convertirte así en la mía?- Incapaz de mantener aquella mirada, Celebrinnir desvió la suya temiendo ser incapaz de resistir aquel asedio a su voluntad.- Tu dolor es un lastre para mi.

Un suspiro ahogado brotó de los labios de la muchacha, desfallecida.

- No estás aquí.- musitó con voz débil.

- Estoy aquí, Niré, mírame- insistió Iranion con paciencia- Soy tu hermano, la misma sangre corre por nuestras venas ahora. No podemos luchar contra eso, Niré.

No sabía de donde sacó la fuerza para negar, pero su rostro osciló lentamente.

- ¿Y cual es tu opción, Iranion?- inquirió como si realmente fuera él. No podía no serlo, podía sentir el calor de sus manos, la intensidad de su mirada.- ¿Rendirte a ella? ¿Olvidar todo lo que fuiste?

Las palabras de Iranion fueron cálidas en su oído.

- Cuidar de ti, terminar de una vez con la agonía, Niré.

Quería decirle que no le necesitaba, que no necesitaba a nadie, pero no soportaría verle de nuevo herido por sus palabras. Sus labios se abrieron, pero ni siquiera supo si había hablado. La voz de Iranion era queda, paternal.

- Vivir con el deseo en las entrañas y la sed quemándote la garganta... No, no tienes por qué vivir con eso.- decía- Puedes elegir. Lo demás solo es esclavitud.

No pudo evitarlo, su mirada fue a las muñecas lastimadas, donde las cicatrices tiernas pero evidentes se destacaban sonrosadas contra la piel alabastrina. Había sido incapaz de quitarse la vida. Incluso en aquello había fallado. Sintió que le faltaba el aire de nuevo, como si un peso tremendo le aplastara el pecho. El tremendo peso de la culpa.

- Solo quiero volver atrás- rogó con voz débil.- Que nada de esto haya sucedido...

Iranion acarició su rostro con delicadeza y Celebrinnir se solazó en aquel gesto.

- Eso no es posible,- susurró con voz cálida pero firme- ahora solo podemos mirar hacia delante, hacerlo lo mejor que podamos con lo que tenemos. Y esto es lo mejor, sin sufrimiento, Niré. Como una familia.

Quería ceder ¡Oh, Belore! ¡Cómo deseaba rendirse a sus palabras! Estaba tan cansada de sentir dolor... Como el embate constante de las olas, la voz de Iranion siguió acariciando sus oídos.

- Hemos estado solos mucho tiempo Y la soledad es terrible, nos devora poco a poco... nos empuja a errores imperdonables.

Culpa, dolor, se encogió como si hubiera recibido un golpe. Le miró a los ojos, suplicante.

- Pero fue al acercarnos cuando te hice daño, Iran ¿Es que no lo ves?

La extrañeza se dibujó en las pupilas verdes. Las manos enguantadas sostuvieron su rostro con más firmeza pero sin perder un ápice de ternura.

- ¿Daño? Te has unido más a mí...- susurró Iranion- Me haces daño negándome.

No podía soportar el dolor que le estaba inflingiendo, le arrebataba el aire de los pulmones. Alzó la mano lívida y acarició con ternura el rostro de su hermano, sin importar el tacto de las runas que tachonaban su piel.

"Yo hice de él algo más de lo que era..."

La presencia de Aelaith regresó a ella y pudo adivinar su silueta inmóvil por el rabillo del ojo.

- Yo tampoco supe verlo - afirmó Iranion en voz baja, como si aquellas palabras también resonaran en su mente aunque Aelaith no hubiera despegado los labios al pronunciarlas.- Resistirme solo me hundió más...

"Es la evolución, sin cadenas ni mentiras"

Celebrinnir suspiró, agotada. Inclinó el rostro con pesar. No podía más, sencillamente no podía seguir respirando con aquel peso oprimiéndole el pecho, aquel peso que no se marcharía jamás...

- Estoy tan cansada...

Aelaith avanzó suavemente hasta entrar en su campo de visión. Hermosa como una visión, abrió los brazos como si quisiera acogerla con ternura. La capucha se había deslizado y ahora su cabello ondeaba como agitado por una brisa imperceptible. Era tan, tan hermosa...

- Ven conmigo- susurró Iranion en su oído- Déjanos ayudarte... Somos sus hijos, eres mi hermana.

"Ven a casa, con tu familia..."

Su voluntad rendida acogió aquellas palabras como acoge el agua un hombre sediento.

- A casa...- repitió en voz baja.

Los brazos de Iranion la rodearon con delicadeza y la estrecharon contra sí. Incapaz de recodar cuando había sido la última vez que la habían abrazado, Celebrinnir se envaró en aquel gesto mientras su mente sollozaba por rendirse. Una mano enguantada le acarició suavemente el cabello con una cadencia relajante. El hielo que congelaba su cuerpo comenzó a fundirse. Rodeó con los brazos el cuello de Iranion y sollozó contra su hombro.

- Somos príncipes y seremos reyes.- la voz de Iranion en su oído era cálida, tan cálida..

"Mis hijos..."

Y otra voz, mucho más lejana.

"¿Qué estás haciendo, Celebrinnir?"

- Lo siento.- gimió- Lo siento tanto...

"Con nosotros no existe la culpa, pequeña..." de nuevo Aelaith, con un matiz de nostalgia en la voz, "No tienes por qué pedir perdón. En nuestra familia solo hay amor y libertad"

Iranion la estrechó más cerca, susurrando en su oído con suavidad. Ávida de aquella cercanía, Celebrinnir se relajó un tanto, su cuerpo comenzó a temblar. Sintió como los brazos protectores la acunaban.

- Shhhh. No pidas perdón por unirnos, no te alejes ahora.- Sintió la calidez y la ternura de de un beso en el cabello. La voz de Iranion había adquirido un matiz íntimo que jamás había oído. Ahora entendía por qué Leriel le adoraba de aquella manera - ¿Quieres quedarte conmigo?

Recostada contra su pecho, Celebrinnir no contestó. No quería hablar, no quería romper la calidez de aquella voz, de aquel abrazo. Un suspiro derrotado brotó de sus labios, su cuerpo se rindió al abrazo y asintió contra su hombro. Percibió el leve suspiro de alivio que sacudió el pecho de Iranion, sintió su mano apartarle el pelo para colocárselo con cuidado detrás de la oreja y se estremeció al contacto de sus labios contra su sien.

- Quiero que repitas conmigo, Niré- oyó que le susurraba- Necesito que lo hagas para saber que te quedarás.

La estrechó con suavidad, sus dedos enguantados se entrelazaron con cabello empapado. Podía sentir la calidez de su aliento en el oído, llenándolo todo.

- Abrahel...- comenzó lentamente.

Repitió obediente, hipnotizada por la protección de sus brazos. Sintió de nuevo un beso en la sien.

- Abrahel.- dijo Iranion por segunda vez.

Los dedos enguantados le acariciaban el cabello con ternura y repitió de nuevo, dócil.

- Abrahel...

El nombre brotó de los labios de Iranion por tercera vez y por tercera vez sus labios lo pronunciaron. Suspiró contra su hombro.

- Puedes pasar.

- Puedes...

Un aleteo en su mente la distrajo y las palabras murieron en sus labios. Parpadeó, desconcertada y se humedeció los labios con la lengua. No quería decepcionar a Iranion, quería estar con él para siempre. Los brazos la estrecharon con más fuerza.

- Repite, "puedes pasar".- la voz de Iranion en su oído se matizó de determinación.

- Puedes...

¿Qué estás haciendo, Celebrinnir?

De nuevo aquella voz lejana, firme y extrañada. Le asaltó la poderosa sensación de que estaba olvidando algo. Negó con la cabeza lentamente, desconcertada.

- No...

La presa de Iranion se hizo más fuerte, incluso ruda cuando intentó desasirse. Estaba sujeta con fuerza y se revolvió para liberarse. Iranion resollaba mientras afianzaba su presa en ella.

- No me hagas esto....- susurró con voz imperiosa- No hay otra manera ¡No te alejes ahora!

Aquella intensidad despertó algo en su interior, algo que había permanecido en letargo hasta el momento, una chispa resplandeciente en la oscuridad que la increpaba con reprobación. No sabía de qué cuarto trastero del fondo de su alma surgía, pero allí estaba.

"¿Qué estás haciendo, Celebrinnir?"

- ¡No!- jadeó, y luchó contra la acerada fuerza de Iranion para liberarse de su presa. El esfuerzo era extenuante e inútil, débil como era ella. Era débil, sí, pero su determinación se fue haciendo más y más fuerte, y consiguió ponerse precariamente en pie, siempre sujeta por la presa de acero de Iranion.

Frente a ella vio a Aelaith erguirse en toda su estatura con un gesto terrible dibujado en el rostro. Su boca se abrió desmesuradamente revelando unos afilados colmillos y sus ojos destellaron con malignidad. El súcubo tendió sus manos ahora convertidas en temibles garras hacia aquella presa que Iranion le ofrecía. La criatura saltó con un gesto imposiblemente ágil, casi como si el tiempo se distorsionara, para abalanzarse sobre ella con un siseo feroz.

"¿Qué estás haciendo, Celebrinnir"?

- ¡NO!

El poder brotó de ella como una explosión de fuego purificador en el preciso instante en que las garras infectas le rozaban la piel, envolviéndola en un aura tornasolada de Luz Sagrada. Las garras retrocedieron violentamente, vio el rostro de Aelaith deformado por el dolor y la presencia de Iranion sencillamente se desvaneció como una burbuja que estalla.

Y despertó.

Se incorporó violentamente en su precario refugio de Terokkar con el chillido dolorido y frustrado de Aelaith todavía taladrándole los oídos, y con la mano cerrada entorno al colgante que en su día le regalara Iranion, con tanta fuerza que sangraba allí donde los afilados rayos del sol le habían traspasado la piel. Jadeaba, sollozaba, todavía podía sentir la fuerte presa de Iranion en sus brazos, lastimándola, ofreciéndola al monstruo. Un rayo restalló en el cielo y su estruendo le arrancó un grito aterrado. El talbuk se revolvió inquieto por la tormenta, refugiándose del aguacero bajo el precario techo. Miró a su alrededor frenéticamente y se puso en pie temblorosa, sintiéndose enferma. Le faltaba el aire, le abrasaba la piel.

"Ven conmigo"

La voz de Iranion resonó en su cabeza con tanta fuerza como si todavía estuviera en el sueño y con un gesto brusco arrancó el colgante de su cuello y lo dejó caer. La poderosa sensación de saberse observada hizo presa en ella.

- ¡NO!- bramó- ¡No seré tuya jamás!

Sobresaltado por su grito el talbuk coceó en el reducido espacio, casi haciéndola caer.

- No seré tuya- jadeó- ¡Nunca!

Abandonó el refugio de piedra a la carrera, con el corazón atronándole en la garganta. La lluvia caía con fuerza sobre ella mientras cruzaba desbocada las ruinas en el pequeño claro. El sonido de la tormenta atronaba en el cielo y hacía temblar la tierra, los rayos restallaban cortando la oscuridad y arrancando siluetas siniestras en el bosque. Corrió sin saber a donde iba, desesperada como si aquella mirada fija en ella fuera un manto tangible y ardiente. Solo quería huir, huir, alejarse de aquello, librarse de aquella angustia. Corrió a través del bosque, sintiendo como las ramas bajas desgarraban su precaria túnica empapada. Sus pies se hundían en el fango y las ramas le arañaban el rostro, pero ni siquiera el dolor conseguía distraer el terror que había hecho presa en ella. Como sucediera en su sueño, se encontró corriendo desbocadamente bajo la tormenta, huyendo de lo invisible. La mirada parecía perseguirla, como si su carrera fuera solo un juego de niños y aquello la aterró todavía más. Un grito desgarrado brotó de su pecho cuando su camino se vio súbitamente cortado por una pared de roca. Se detuvo resollante ante ella y miró ansiosamente a su alrededor, no podía detenerse. Siguió la pared de roca dejándola a su izquierda, buscando el lugar donde terminara y pudiera seguir su camino. Había rocas en el suelo que le lastimaban los pies y le faltaba el aliento, de modo que su carrera se fue haciendo más y más lenta hasta que fue solo un avance torpe y lento bajo la tormenta.

En un momento un rayo iluminó el bosque y recortó la silueta de un peñasco contra la oscuridad de la noche. Se detuvo, jadeando. El regalo de un final rápido y definitivo se dibujó en su mente con nitidez y le dio nuevas fuerzas para avanzar hacia allá. Solo tenía que encontrar el modo de ascender hasta allí. Tanteó la pared de roca con las manos buscando hendiduras que le permitieran escalar, pero era demasiado lista y vertical para emprender un ascenso. Un poco más adelante encontró un montón de rocas junto a una depresión en la pared. Un nuevo rayó reveló lo que parecía ser un desprendimiento que había accidentado la pared, rompiendo su verticalidad. Sin pensar, se encaramó a las piedras. Los cantos afilados le lastimaron los pies, pero se valió de las manos para mantener el equilibrio mientras ascendía precariamente. Su toga se rasgó con un tirón demasiado fuerte al tratar de alcanzar con una pierna un escalón de roca, pero desde entonces no volvió a molestarle. Trepaba con dificultad pero con resolución. No le importaba la sangre de sus manos ni el dolor de sus pies, ni tener que arrastrarse sobre el vientre o tener que pegarse a la roca bajo la lluvia para que el viento no la hiciera caer. Trepó penosamente pero embargada por aquella poderosa determinación, por aquella promesa que aguardaba en lo alto del peñasco, allí donde todo terminaría.

No sabía si habían pasado horas o minutos cuando por fin se dejó caer en la tierra de lo que parecía la cima. Los pies lastimados le dolían poderosamente y los brazos y las piernas le temblaban a causa del esfuerzo. Se puso en pie, renqueante, y miró a su alrededor. El pico se alzaba a su derecha solo a unos metros y avanzó hasta él para buscar como escalar aquellos últimos metros. Un rayo encendió el cielo para revelarle que la pared del pico era, esta vez sí, lisa como un espejo y que sería imposible trepar. No se dejó desfallecer: había escalado hasta una altura importante y probablemente fuera suficiente.

Se obligó a respirar hondo y caminó hacia el borde. El bosque se extendía ante sus ojos, oscuro y temible bajo la fuerte tormenta. El suelo se encontraba muy por debajo y la caída era escalofriante pese no haber alcanzado su objetivo original. Solo tenía que dar un paso, saltar al vacío y todo terminaría. Con suerte los lobos devorarían sus restos e Iranion y Bheril no sabrían jamás qué había sucedido. Se obligó a erguirse aunque la lluvia le azotara el rostro. Solo tenía que saltar, los dedos de sus pies se cerraron contra el afilado borde. Inspiró profundamente y se despidió del mundo.

Y de pronto, como el revoloteo de una mariposa nocturna, aquella voz en su interior.

¿Qué estás haciendo, Celebrinnir?

Apretó los puños, alzó el mentón. No debía amedrentarse ahora. Un rayo resquebrajó el firmamento y su sonido fue como si alguien rasgara el tejido del cielo. Aquello era lo que debía hacer, desaparecer por siempre del mundo para no convertirse en un arma en las manos de Aelaith. Nadie la echaría de menos, realmente ella había tenido razón en aquello y ahora sus palabras le infundían fuerza. Sus palabras...

Los jirones del sueño regresaron entonces como si de niebla si tratara.

"Puedes acabar con tu vida, ..." había dicho Aelaith, " y ahora que me llevas en tu sangre, al hacerlo, tu alma pasará será mía."

El rayo hendió el cielo de nuevo como una sentencia y por un instante detuvo el corazón en su pecho. No podía hacerlo, no debía. Todo su espíritu se rebelaba ante la idea de satisfacer los deseos de aquel engendro. Había estado a punto de cometer el error más grave de todos, de cederle su alma a aquella criatura infernal y el solo pensamiento de una condena eterna a su servicio hizo que le flaquearan las rodillas. Retrocedió, alejándose del borde. No se rendiría.

"Luchar contra esto es vano, Niré. Devora todos tus esfuerzos, te daña a ti y daña a los que amas"

Un eco de la determinación que había sentido en su sueño, brotó ahora imperioso del fondo de su alma. Las palabras brotaron de sus labios y fueron engullidas por la tormenta.

- No seré tuya. Jamás.

La tormenta le respondió con el aullido del viento. Se dio la vuelta y se alejó del borde. Distinguió la superficie burbujeante de lo que parecía un lago bajo la lluvia y se acercó a hasta su orilla. No parecía demasiado profundo ni tampoco demasiado grande, y el resplandor de los rayos en el cielo reveló la presencia de lo que parecía ser un pequeño embarcadero. ¿Un embarcadero ahí arriba? Caminó hacia él bajo la lluvia, entornando los ojos para tratar de distinguir algún movimiento en la oscuridad. La luz de los rayos desveló la presencia de diferentes edificaciones de clara arquitectura arakkoa. Algunas de las cabañas se mantenían en pie, pero la mayoría estaban derruidas a causa del tiempo y del viento y nadie se había molestado en repararlas.

- ¿Hola?- llamó, adentrándose en el poblado, pero su voz fue engullida de nuevo por la tormenta- ¿Hay alguien ahí?

Si alguien la había escuchado, nadie respondió. El interior de las cabañas que aun permanecían en pie, estaba a oscuras y no evidenciaba ninguno de los habituales fuegos ardiendo en su interior. Un nuevo rayo desveló la presencia de un tótem córvido tirado en tierra. Aquello le dio la confirmación que necesitaba: Los arakkoas jamás habrían permitido que sus símbolos sagrados estuvieran en semejante estado, el poblado estaba abandonado. No se explicaba el por qué, puesto que el emplazamiento era inmejorable: imposible de distinguir desde el nivel del bosque, acceso difícil y agua a mano.

En cualquier caso, estaba tan cansada que no podía ni pensar con claridad. Celebrinnir alzó el rostro hacia el cielo y murmuró una plegaria de agradecimiento, acababa de encontrar su nuevo hogar.

Ahora solo tenía que mantenerse despierta.

No hay comentarios: