El camino al infierno XXI

miércoles, 13 de abril de 2011

El entramado de la lona parecía vibrar ante sus ojos pero no intentó enfocar la vista, sabía que no serviría de nada. Siguió con la mirada prendida de cada fibra sin mirarla realmente, perdida en sus pensamientos. El cristal le había aliviado de manera muy eficiente y ahora se sentía falsa al fingir que dormía, pero no podía hablar con Iranion después de lo sucedido por la tarde. Ambos eran demasiado orgullosos para agachar la cabeza y ceder, y le sorprendió descubrir lo parecido de sus carácteres aunque su trato en el pasado se hubiera limitado a unas pocas visitas de cortesía.

Escuchó los susurros provinientes del otro lado de la tienda y sintió de nuevo aquel puño infame oprimirle el corazón cuando oyó la voz de Iranion y el agotamiento que traslucía. Apretó los dientes. Iba a tener que hacerlo mejor: su aparente recuperación no era lo suficientemente convincente o bien era directamente insuficiente por sí misma. Había muerto con cada palabra de sus labios cuando la despertó por el dolor que escondían, por la culpa que callaban pero que flotaba sobre ellas. Había visto su rostro luchando por permanecer impasible pero traicionado por sus ojos, cuyo brillo verde no hacía sino contrastar todavía más con su mirada torturada. Había decidido entonces no permitir que siguiera usándola como un puñal contra su propia carne, había decidido ser fuerte por los dos, negar su propia tribulación, su propio miedo y su dolor para que él no pudiera cargarlos sobre los hombros como si fueran culpa suya. Había comido aunque hubiera querido vomitar, había sonreido aunque solo quería llorar. Tenía que hacerlo, debía ser fuerte por los dos, demostrarle que no era una carga, sino un pilar sobre el que apoyarse. No podía engañarse a sí misma en aquel punto, pero tenía disciplina de sobra para engañarle a él, por su bien.

- Cuando no podía dormir- dijo la voz de Bheril en un susurro al otro lado de la tienda- solía imaginarme que estaba en el acantilado, las gaviotas chillando y las olas rompiendo en la isla. No te doy más detalles porque entonces lo pensaré y me dormiré, pero tú tienes imaginación de sobra...

Celebrinnir sintió una punzada de nostalgia. También ella podía recordar el embate de las olas y el chillido de las gaviotas, y lo excelsa y maravillosa que le había parecido Quel´danas cuando desembarcó allí la primera vez acompañada de su pariente, Autindana Fulgorceleste. Habían sido tiempos maravillosos, pero ahora todo se había desvanecido en una nube de polvo y cenizas. Recordó la mirada de su tío, jovial y brillante. Recordó como le guiñó un ojo antes de inmolarse en la plaza junto a sus hijos. No habían gritado y después no había quedado nada de ellos que pudiera enterrar. Sintió nauseas al recordar el olor que había invadido el aire. La voz de Iranion la devolvió al presente.

- ¿Puedes recitarr? - parecía adormilado, como si el sueño le rondara insistentemente pero no pudiera alcanzarlo con las manos.

- ¿Qué te gustaría?- respondió en un susurro la voz de Bheril.

- Era cenora hora...-comenzó Iranion.

No pudo evitar sonreir. Había adorado aquel poema cuando era niña, cuando Nevena la sentaba sobre sus rodillas sin que ninguna de las dos hubiera dado siquiera un breve paso al universo adulto. Se acurrucaba contra ella en la cama y Nevena la rodeaba con el brazo y leía el libro de tapas verdes en voz alta y clara para su pequeña hermana que todavía no podía leer por sí misma hasta que se retorcía presa de la risa sobre el colchón de pluma.

- Era cenora hora- retomó Bheril en voz baja- y los flexosos tovos, en los relonces giroscopiaban, perfibraban. Mísvolos vagaban los vorogovos, y los verdiranos extrarrantes bruchisflaban.

<-Ocúltate, hijo mío, de Jabberwock brutal, - leía Nevena a la luz del orbe, con voz cristalina, reprimiendo la risa que también le sobrevenía al aturullarse con las palabras- de sus dientes de presa y de su zarpa altiva;huye al ave Jubjub y por último esquiva a Bandersnatch feroz, humérico animal.

El silencio reinaba en la casa y ambas se sentían un tanto furtivas al dedicarse a las lecturas a tales horas de la noche. Se habían cubierto con la colcha como si fuera una tienda de campaña y habían enterrado con ellas el orbe luminoso para alumbrarse.>

- El muchachó empuñó la espada vorpalina, buscó con mucho ahínco al monstruo manxiqués- recitaba Bheril con voz soñadora- llegado a un árbol tántum se apoya y se reclina, no se qué, no sé cuantos pensativo a sus pies.

- ...pensativo, un buen rato, sin moverse, a sus pies.- ayudó Iranion casi como en sueños, al mismo tiempo que Celebrinnir pronunciaba en silencio el verso errado.

Bheril, superado aquel pequeño bache, siguió recitando. Su voz sonreía.

- Y en tanto cavilaba el joven foscolérico, se acercó Jabberwock con mirada de roca: resoplaba en su avance por el bosque quimérico, de tanta rabia espuma arrojaba su boca.

<- ¡Uno y dos! ¡Uno y dos!- exclamó Nevena agitando la mano frente a ella como si tuviera una espada mientras con la otra sujetaba el libro- Y de uno a otro lado la vorpalina espada corta y taja, tris-tras: lo atravesó de muerte. Trofeo cercenado, su cabeza exhibía galofante al compás.>

- ¿Lograste, dijo el padre, matar al Jabberwock? -recitó en silencio Celebrinnir en la tienda, mientras escuchaba la voz de Bheril pronunciar aquellas mismas palabras- ¡Déjame que te abrace, solfulgente hijo mío! ¡Oh día frabuloso! Clamó: ¡Calú...! ¡Caloc! Y el viejo runquirriaba con placentero brío.

< - Era cenora y los flexosos tovos- Nevena cerró el libro. Ella y la pequeña Nienna recitaron de memoria la última estrofa que tan bien conocían- en los relonces girscopiaban, perfibraban. Mísvolos vagaban los borogovos y los verdirranos extrarrantes gruchisflaban. 

Aquella vez habían conseguido recitarla sin atascarse ni una sola vez y todo el sigilo que tan cuidadosamente habían mantenido se desvaneció cuando ambas rompieron a reir bajo la colcha por la emoción, enredándose en las sábanas y despertando así a toda la casa.>

- No ha estado mal- murmuró Iranion, emergiendo del sueño solo para demostrar el debido desdén, y volver a dormirse.

En el silencio de la tienda, Celebrinnir mordió con rabia las mantas para que no la oyeran llorar.

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